¿Celos?
La envidia y los celos son hermanos… procura no ofender al primero porque el segundo puede matarte.
Felipe retomó el diccionario para buscar el significado de esas palabras. Yo lo miré nuevamente incrédula.
—¿Me estás…?
—Angélica de no estar en la luna todo el tiempo, te hubieses enterado que tenemos que hacer esto para filosofía.
—Vale… entendí, no era necesario el sarcasmo.
Luego de unos minutos en silencio, Felipe arqueó una ceja y preguntó muy serio.
—¿Alguno con el cual te sientas identificada?
Revisando entre los siete pecados capitales, mi dedo se concentró en uno.
—Pereza… ¿O gula?— me reí con entusiasmo— soy muy básica.
—¿Estás segura?—dijo algo incrédulo— pensé que elegirías este.
Con su dedo señaló una sola palabra. Envidia.
—¿Y eso por?
—¿Acaso no sentiste algo parecido cuando vislumbraste a Armando con la otra chica?
¿La verdad? la sola mención de ese suceso no ocasionaba el caos que yo esperaba. Y eso ya era decir bastante.
—Es complicado envidiar algo que jamás tuviste.— comenté sin dejo de pena alguno.
—Entiendo. Por si estás curiosa, ese sería el mío.
Enarqué mis cejas, dudosa de sus palabras.
—Felipe… ¿Qué tendrías que envidiar?. Eres un buen estudiante, tienes el futuro asegurado ¿sigo?
—La capacidad de amar. Tú sabes, nunca lo he hecho, y sería lindo saber como se siente.
—¿Te digo como se siente? Asqueroso— comenté con algo de furia— de repente eres un ser dependiente del otro, sin capacidad de ver más allá de lo que él observa. Y te sientes patéticamente feliz por eso.
Él estalló en una carcajada algo triste.
—Aún así te envidio un poco— puntualizó—. Y de ser completamente sincero, lo más cercano a eso, es lo que siento por ti. Eres como una segunda copia mía, casi mi gemela.
Muchas veces habíamos tocado ese delicado tema. Era como si algo, pequeño y fino, nos separase y siempre quedábamos en lo mismo. Éramos amigos.
—Lo sé— suspiré— si esta vida fuese simple, si no fuese tan jodidamente compleja, tú y yo seríamos felices juntos.
—Amén.
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Corría y corría para llegar a tiempo. Aún no comprendía que me sucedía del todo, pero era capaz de acostarme a una hora decente, solo para quedarme mirando el techo.
He estado con tanto insomnio como para averiguar el número exacto de clavos de todas las paredes.
La reja del liceo estaba a punto de cerrarse.
—¡Esperen un momento!— grité como una loca. Una mano blanca y de hombre la detuvo al seco. Yo me detuve al ver quien era.
Antonio. Él estaba algo apurado, con la respiración entrecortada, sus mejillas teñidas de carmesí.
Y por alguna razón yo no podía dejar de mirarlo como una tonta.
—¡Qué esperas entra!
Pestañee como una boba, para luego reaccionar. ¡Verdad! ¡Es tarde!
—¡Claro!
Ambos corrimos hacia la sala. Muchas veces intenté mirarlo a los ojos, pero él rehuía mi mirada. Antes de entrar a la sala, me observó de pies a cabeza.
—¿Qué es esto?— preguntó apuntando mis ojeras.
—Este… tú sabes, la musa a veces no quiere irse a la cama— dije bajandole el tono al asunto.
—No tienes porque mentirme.
—Entonces no te metas… porque al fin y al cabo.
Él me silenció con una frase la cual logró que se me paralizara la respiración.
—Ni se te ocurra decirme que no te importa.
Antonio entró primero a la sala, sacudí la cabeza para despejarme el sueño. ¿O acaso estaba preocupada por lo que él pensaba?
—Buenos días.
—¡Ange! ¿Y esas ojeras?— deslizó sus dedos alrededor de mis ojos— desde hace días que las noto.
—No es nada importante. Solo tengo insomnio nada más.
En medio de eso, el profesor llegó de la nada. Tenía el ceño fruncido y al parecer, traía bronca para todos nosotros.
—Saquen una hoja— comentó en voz baja, pero todos nos quedamos quietos— ¡Acaso no escuchan!
Todos le hicimos caso sin chistar. Suspiré, realmente necesitaba un milagro para pasar esta materia. Así que comenzamos a copiar todos los ejercicios puestos en la pizarra.
—Ahora me retiro. Tengo una diligencia que hacer— comentó arreglando sus cosas— quiero este trabajo en mi despacho antes de las doce.
¡Qué! Él definitivamente quería que todo el mundo lo matase. Las ecuaciones lucían interminables, en todo lo ancho y largo de la pizarra.
Y yo no estaba precisamente en mi mejor estado para resolver problemas matemáticos.
Finalmente el madito se fue de la sala. Yo con Felipe nos dedicamos a intentar descifrar la pizarra… aunque como siempre a él le resultara más fácil que a mí.
—¡No me hagas cosquillas!
Ese semigrito llamó mi atención. Desvié la mirada lo más disimuladamente que pude, y allí estaban los dos. Envueltos en su burbuja de “aquí nada ha pasado”, riéndose como siempre, felices los dos de estar juntos.
Algo se resquebrajó. De repente estaba mordiéndome los labios muy fuertes para no decir nada, y me quede congelada de la impresión, apretando al pobre lápiz de mina con furia.
¿Alguien podía explicarme con manzanitas que cresta pasaba?
—¿Ange?— la voz de Felipe logró volverme a la realidad— ¿algún problema?
—¡Para nada! ¡Como se te ocurre que yo tengo un problema!— dije al borde de los gritos— ¡Acaso no me ves la sonrisa de oreja a oreja que tengo! ¡Todo es perfecto por aquí!
Él no se inmutó por esa escena. Por lo general suelo perder la paciencia con esta materia, pero yo sabía que este arrebato nada tenía que ver con matemáticas.
—Vale, si tienes alguna duda…
—Lo siento— suspiré— te preguntaré, sabes que me pasa cuando me dejan un testamento en mate.
Felipe solo sonrío. Esa sonrisa misteriosa que tiene, cuando ya me ha pillado. Sin necesidad de preguntarme, él como siempre se ha enterado de todo lo que me pasa.
—Como digas Ange.
Intenté seguir como si nada, pero toda la atención recaía sobre esos dos. De repente me sentía entre frustrada, algo apenada y luego furiosa.
¡Después de todo lo sucedido, esos están pegados como si nada!
Calma Angélica, me repetí a mí misma. Debería estar calmada, y esta escena no debería molestarme…
Es verdad, esto debería ser normal. Verlos juntos es algo que he hecho desde hace un año, y jamás me molesté por algo así.
Casi como por casualidad, pude ver a Alejandra intentando abrazarlo. Antonio se alejaba de ella, pero reía con ganas.
Esto me estaba volviendo loca. El estomago lo tenía completamente revuelto con una sensación que nunca antes experimenté, pero que la reconocí bastante tarde.
Eran celos… así de simples. Presioné el lápiz más fuerte sobre el papel, cuando esa palabra surgió en mi mente y cobró una fuerza inusitada.
—¡Tonto lápiz!— dije intentando sacarme el enojo.
Todo era demasiado complicado ahora.
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La campanada para salir sonó al fin. Luego de un día francamente interminable, podía largarme a casa, para pensar otra vez en que demonios me pasaba con Antonio.
—Hola— susurró una voz a mis espaldas.
Y ahora que… ¡Dios dame paciencia!
—Hola— contesté secamente sin ganas de mirarlo.
Él no se movió de su sitio, permaneció detrás de mí. Y yo no tenía el ánimo como para mirarlo a los ojos.
—¿Puedes largarte? Ha sido un mal día en muchos sentidos.
—¿Podrías al menos mirarme a la cara?
Me di vuelta, furiosa hasta más no poder.
—¿Mejor así? ¡Anda escupe rápido que quieres!
Antonio no me dijo nada, solo desvió la vista algo avergonzado.
—¿Acaso te he hecho algo?
—No, nada has hecho… eso es lo que pasa. Eres un mentiroso ¿sabes? No te creeré nada de ahora en adelante.
Tomé mi bolso, empujándolo con bastante fuerza para pasar. Luego encaminé mis pasos lo más rápido que pude para la salida.
Escuché unos pasos, miré por encima de mi hombre y pude verlo siguiéndome.
Esto tenía que ser una broma.
Me detuve en seco, dispuesta a parar todo esta tontería.
—¡Ok! ¡Te escucho!
Antonio tomó aliento, antes de preguntarme en tono sumamente serio.
—¿Qué carajo te hice ahora?
¡Y él muy idiota me pregunta!
—¡No te parece poco el mentirme de esa manera!— solté de la nada— primero decirme que terminaste con Alejandra, luego decirme que te gusto. Todo para que terminara siendo ¿Qué? Una mentira… ¡Púdrete Antonio!
—Eso no es una mentira.
—¡Por supuesto que si! Media clase vio tu encantadora escena con ella en la mañana. Así que si me disculpas, tengo cosas más importantes que hacer.
Decida en dejarlo plantado, me di la vuelta con intenciones de dejarlo. Más él nuevamente me siguió los pasos.
Lo aguanté durante unos cuantos minutos, aunque las ganas de romperle la cara me comían los puños.
—¡Eres tonto o te haces!
—¡Tú estás celosa!— comentó felizmente.
Mi pobre cara se puso de color carmesí, rápidamente me volteé para negarlo todo.
—¡Claro que no idiota egocéntrico!
—Como digas— dijo posando su mano en mi cabeza— y para tu información, pequeña boba, no he vuelto con ella.
La impresión de sus palabras me dejó muda por unos instantes.
—Si claro.
—Como siempre me dices cree lo que quieras— comentó como siempre tranquilo— ¡Quien diría que eres tan celosa pequeña!
—¡Qué no lo soy!
Estuvimos discutiendo hasta muy entrada la tarde.
No vale, no es nada celosa e.e si casi que no le lanza el libro al pobre Antonio cuando lo vio con Alejandra xDDDD
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