miércoles, 2 de febrero de 2011

Capitulo cinco

“Llevadme, por piedad, a donde el vértigo con la razón me arranque la memoria. ¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme con mi dolor a solas!”
—¡Angélica!
Una niña pequeña y menudita entró a mi sala, sus mejillas estaban rosadas por la aceleración, sus rulos caían con orden y pulcritud sobre su cara. Poseía una mirada castaña desprovista de maldad, identificándola plenamente con la palabra inocencia.
Le sonreí gustosa como todos los días. Katte siempre pasaba por mí, para irnos a almorzar, después caminábamos hasta nuestras casas.
Pero este día fue diferente. Su mirada no vaticinaba nada nuevo, venía jugando con sus dedos en clara muestra de nerviosismo. Asustada pensé que algo horrible le pasó.
—¡Ka…!— grité a duras penas, ella me irrumpió con un grito aún mas fuerte que el mío.
—¡Lo siento mucho!— exclamó apenada— Tengo que hacer un trabajo, lo olvidé por completo.
Volví a respirar tranquila.
—¡Tonta! No me vuelvas a asustar de esa manera—puse una mano en mi pecho, intentando relajarme.
—¿Estás molesta?
—Solo un poco— al ver su cara a punto de hacerme puchero, me detuve en seco— ¡Claro que no ridícula! Solo me asustaste, pensé que algo malo te sucedió.
Katte me sonrió apenada, yo para mi pesar también le regresé la sonrisa.
—Ya ve, nos vemos mañana.
Ella me dio un largo abrazo, después de eso salio corriendo con su habitual energía.
La observé marcharse, mientras los recuerdos que su figura evocaba surgieron de la nada. Es verdad, desde el principio mostró dependencia a mi persona. Mas tengo la firme esperanza de que eso cambie algún día… porque yo la admiro mucho.
Su inocencia, entereza y sobre todo su fuerza de voluntad, siempre admiré eso de ella.
A pesar de que el año escolar recién comenzaba, Katte estaba postulando a una beca a uno de los mejores preuniversitario… y no solo a ese beneficio, al parecer si todo marchaba según sus planes, también podría adelantar algunos ramos de ingeniería. Suspiré al recordar ese detalle, ella al igual que yo adoraba las letras, me preguntaba si sería capaz de sacrificar su vocación, a cambio de un porvenir seguro.
Tomé mis cosas, avanzando hacia los pasillos. Mi mente divagaba, ahora no solo en el futuro de mi mejor amiga… mas bien en el mío. No tenía grandes calificaciones, ni mucho dinero como para estudiar lo que se me regalara la gana.
Todo lo que sabía de mí misma era que adoraba las letras, con una pasión quemante idéntica a un torbellino.
Sin darme cuenta estaba ahora en el patio central. Tomé asiento en una de las tantas bancas que estaban distribuidas por el patio.
Apoyé mi mentón sobre mis manos. Pocas veces me quedo sola. Hoy, Felipe y Victoria salieron antes que yo, escapando de la prueba de historia.
Pero no tenía tiempo para pensar en esos dos. Para ser sincera tenía miedo.
A finales de año debía dar una prueba, para demostrar que no venía a este lugar solo para calentar la silla, y después de unos cuantos días saber mi puntaje para entrar a una universidad…
—¿Pero a estudiar qué?
Antes creía que podía estudiar medicina. Supongo que es una de esas carreras que muchos niños quieren tener, pero luego ese sueño se fue desdibujando para convertirse en tan solo una utopía más.
—No se puede vivir de sueños— suspiré melancólica, parándome de la banca para ir a casa.
Estaba tan ensimismada en mis pensamientos, tan perdida en mí misma, que no sentí cuando me tiraron de la manga.
—¡Oye que…! Ah, eres tú Ignacio.
Ignacio, perteneciente al grupo de gente popular de mi curso. Moreno, alto y de una ondulada cabellera negra, dotado de unos ojos castaños oscuros, casi como la esencia de la Tierra. Deportista pero gracias a Dios también dotado de inteligencia.
—Angélica ¿Cuál era la tres en el examen?— exclamó de prisa, mirando hacia todos lados.
Casi quise golpearlo en la cara. Él jamás me dirigía la palabra. Dentro de mi curso, Ignacio se encontraba dentro de ese grupo vació, lleno de gente pedante la cual se creía con derecho divino de usar a quien quisiera. Por razones obvias ninguno de mi círculo social se acercaba al de ellos.
Y ahora, solamente porque él necesitaba una respuesta, yo tenía que gastar de mi tiempo en explicarle cosas.
—De veras que tengo prisa— giré molesta, mientras mi mirada recaía en alguien que estaba de la mano de una hermosa chica de cabellos anaranjados.
El impacto tardó. Durante un momento mi mente no pudo hilar ningún pensamiento coherente. Solo veía a la pareja feliz, mostrándose felices y enamorados. Envueltos dentro de la magia de su propia burbuja, hasta que el chico me observó a mí también.
Una enorme, amplia y hermosa sonrisa cruel se formó en su rostro.
Creo que ni el dolor de una estaca clavada en mi pecho, pueda describir el dolor causado por esa sonrisa. Armando se burlaba de mi dolor, lo disfrutaba plenamente como quien ha esperado ese momento en mucho tiempo.
¿Cuánto tiempo pasó? El crujir, el desplome de mi alma, calló lentamente sin hacer ruido ni alarde. Y un frío glacial terminó por romper el último fragmento de mi corazón que aún podía palpitar…
—Angélica… ¿Me estás escuchando?— Ignacio chasqueó los dedos delante de mi rostro.
—Tengo que irme— mascullé a la rápida— mañana te explico.
Salí corriendo de aquel lugar, aunque ni siquiera sabía hacia donde ir.
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Llegué a mi casa, sin ánimos para hacer nada. Solo tenía ganas de tirarme a morir en algún rincón.
—¿Vas a almorzar?— la voz de mi abuela sonaba lejana, idéntica a una especie de eco distorsionado.
—Creo que iré a dormir— la voz no sonaba dolida… parecía escalofriantemente tranquila, fría y afilada como un cuchillo.
Finalmente a paso lento, llegué a mi cuarto de color verde manzana. En sus paredes reposaban los afiches de series, películas y grupos musicales. No les presté atención alguna. Ahora solo tenía cabeza para el enorme agujero instalado en mi alma, el frío casi congelante que no me dejaba estar en paz.
Intenté distraerme. Tenía que realizar una tarea para física, construir un aparato que captara distintas cargas eléctricas.
Fui en busca de los materiales, buscando mi cuaderno como una desquiciada. Pero la sonrisa cruel de Armando me perseguía, apareciendo en todos lados sin poder evitarlo. Por más intentos de desterrar ese macabro gesto de arlequín satisfecho, nada podía hacer para que apareciera entre mis pensamientos en caos.
Decidí que lo único que podía hacer, era decirle a alguien lo sucedido. Aunque sonase absurdo, aunque pareciese solo paranoia mía, tenía que contarlo antes que estallara.
Me instalé frente a la computadora de mi tía. Ella me la prestó durante algún tiempo, mientras se instalaban en su nuevo hogar. Me conecté a msn con la cabeza en frío, dispuesta a revelarle a quien fuese lo sucedido.
Tengo tanta gente en msn, que ni siquiera sé quien es quien. Y ninguno de mis cercanos se conectaba a esas horas.
—Hola
¡Gracias al Cielo! Mi alma, que solo quería hablar y morir, sobresaltó un momento, dispuesta a contarle a quien fuese.
—Hola— devolví sin muchas ganas.
—¿Te encuentras bien?
Fruncí un poco las cejas, algo similar a un presentimiento me tomó por sorpresa. Luego agité la cabeza, debía de estar volviéndome cada día más paranoica, la otra persona, no tenía como saber que estaba con el corazón roto.
—¿Tienes tiempo?
—¿Es una pregunta o una amenaza?
Reí un rato, no como hubiese querido en otro tiempo, aún me sentía vacía. Pero la persona al otro lado, a la cual no pregunté el nombre, parecía dispuesta a escuchar mis tonterías.
—Digamos que un poco de ambas— bromeé un poco— Te contaré una historia.
—Adelante— respondió a los pocos segundos.
Animada por esa respuesta, mi mente creó un sencillo cuento para revelar mi dolor.
—Hace mucho tiempo, en un castillo flanqueado por miles de soldados, murallas y cañones, un hermoso príncipe vivía. Una solitaria doncella, era la única quien se encargaba de él, pero el príncipe jamás se dio cuenta de su presencia.
La doncella, la cual no era muy brillante que digamos, siempre pensó que él era una buena persona, lo dotó de cualidades que no existía, cayendo en el embrujo de sus propias palabras. Esperaba ansiosa, hasta el día que él la descubriera y vivieran juntos para siempre.
Pero esto nunca ocurrió. Como Hans Cristian Andersen nunca nos quiso revelar, los príncipes no se casan con doncellas, se unen a princesas y no servidumbre. El príncipe cumplió su destino, encontró a su princesa, dejando a la doncella y al castillo abandonado para siempre.
Ella cuándo se percató de lo sucedido, aceptó su destino de criada abandonada, encerrándose para siempre en aquel oscuro y sombrío lugar.
Fin
—No es cuento muy lindo que digamos.
—Lo sé.
—Entiendo… ¿Y tú crees que la criada se olvide del príncipe?
—Yo creo que no— respondí abatida
—¿Por qué?
—Porque ella lo ama.
—Pero ella ama a una ilusión, no puede encerrarse en si misma, solo porque esta se ha perdido.
El entendimiento entonces cruzó por mi mente. Era verdad, la imagen que tenía de Armando no coincidía a la realidad misma. Solo estaba ciega, amaba a alguien que no existía.
—Aún así la criada es tonta, fíjate enamorada de una falsa imagen.
—No creo que sea tonta, tal vez se sentía sola y por eso decidió querer a alguien… para espantarle la soledad.
—Pareces conocerla más que yo.
—Es posible, la miro con más frecuencia de lo que tú piensas.
Esa frase me asustó un poco, pero también tuvo el efecto de que mi curiosidad despertase.
—¿Quién eres?
—Siempre estoy contigo, pero nunca te das cuenta.
—¿Eres Felipe? Si lo eres mañana mismo te rompo las…
La persona al otro lado de la línea estalló en risas.
—No lo soy mocosa.
Esa última palabra logró hacer clic en mi mente.
—¡Antonio! ¡Eres tú!
—Por fin le atinas a algo… ¿Tanto te cuesta pensar a veces?
Estaba a punto de llenar el recuadro de msn con insultos, cuando una revelación llegó a mi mente.
—¿Así que piensas en mí eh?— solo deseaba molestarlo un poco, devolverle las múltiples bromas de siempre, mas él respondió de forma campante.
—Claro que sí.
Algo se detuvo en ese instante. Los dedos se quedaron sobre el teclado, sin saber que decir. Agité mi cabeza, reteniendo todos los pensamientos que se habían desbocado con esa simple frase.
—¡Qué mal bromista eres!
—Si eso crees…
Volví a fruncir el seño. Al parecer Antonio no tenía ganas de parar con esa malísima broma, y yo no estaba en condiciones de seguírsela.
—Eso creo— finalicé.
—De todas maneras, animo que el mundo no se acaba solo porque un idiota tenga novia.
Volví a sonreír, esta vez con más ganas.
Era verdad, me excedí con mis propios sentimientos, lo mejor que podía hacer ahora, era seguir adelante intentado olvidar. No permitía que un ser así me deprimiese de esa forma. Sobre todo porque no se lo merecía.
—Gracias Antonio. Aunque seas un tonto, siempre apareces cuando menos lo espero. Y siempre logras que me sienta mejor.
¡Nos vemos en el colegio!
Cerré la sesión, sintiéndome muchísimo mejor conmigo misma. Tomé los materiales para física, decida a continuar con mi vida.

1 comentario:

  1. ¿Cómo es que siempre está cuando lo necesitan? ;O;♥ QUE VEYOOO! *escribe con horrores para hacer énfasis en el sentimiento*

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