miércoles, 2 de febrero de 2011

Capitulo seis

Al revés
“A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.”Oscar Wilde
—Mira tú no me agradas, yo no te agrado, pero si no me ayudas… buscaré un lugar para enterrarte y jamás veras la luz del sol.
Tomé el famoso aparato entre mis dedos. La botella, con dos alambres en cuyos extremos tenía papel metálico, debía repelerse si le acercaba algo cargado con energía estática. Más este permaneció inalterable.
—¡Ríndete cosa espantosa! ¡Funciona de una buena vez!
El aparato se movió con lentitud espantosa. Abrí los ojos con desmesurada esperanza, para luego cambiar mi expresión por una de decepción tremenda…
—¡Como quieras! — refunfuñe metiéndolo en el fondo de mi bolso.
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Mi mejor amiga como siempre, me esperaba en la esquina de la calle.
Yo llegué con unas tremendas ojeras. No había dormido desde hace unas cuantas horas, pero me sentía morir. El rostro de ella tampoco mostraba signos de pasar una buena noche.
—¿Lograste que funcionara?— repliqué con la voz cansada.
—Para nada— estuve a punto de estrellarme en contra de la pared más cercana— pero alguien de mi curso me debe un favor.
—Es fácil para ti Katte, tu curso esta lleno de físicos, para los cuales hacer esto es un juego de niños— realicé un puchero, el cual logró hacerla reír— ¿Qué haré yo?
—Angélica descuida Felipe puede repararlo… ahora cuéntame de nuevo eso de ayer.
Desvié le mirada. Ya comenzaba a arrepentirme de esa llamada telefónica.
Desesperada como estaba la noche anterior, terminé comunicándome con Katte para pedirle ayuda. De la nada terminé narrándole todo lo sucedido durante el día.
Ella casi dio por alto lo pasado con Armando, lo único que hizo fue bombardearme con preguntas acerca de Antonio.
Tenía una absurda teoría de que tanto él como yo estábamos enamorados uno del otro.
¡Qué tontería! Yo no estaría con él aunque fuese el último sujeto en la Tierra.
—En que idioma te lo explico— agarré aire con seguridad— Antonio no está ni estará enamorado de mí.
—Luego me dicen tonta a mí— murmuró entre dientes.
—¿Qué dijiste?
El rostro de ella evidencio un creciente enfado. La miré sin entender que demonios estaba pasando. La chica me sostuvo la mirada miel con enojo y después soltó:
—¡Lo que escuchaste!— Ella gritó con fuerza inusitada - ¡Eres una tonta Angélica!
Katte avanzó entre la multitud, demasiado molesta hasta para explicarme que le había sucedido.
Yo me quedé largo rato parada en la acera sin entender que moquito la picó.
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Llegué a la sala con gesto de desolación. El rostro de Katte me perseguía como una sombra. Lo único que quería era entenderla.
Era muy extraño verla enfadada. Y a mí me rasgaba el alma que se fuese así, sin siquiera querer explicarme. Como si de repente, mi presencia le fuese intolerable.
Me detuve sin pensar en mi puesto, sacando el aparto con lentitud. Casi quise reírme, pensando que en la mañana este era mi problema más serio. Ahora se me hacía una tontería sin sentido.
Lo miré ahora sin rencor, intentando que mi cerebro hiciese una conexión milagrosa y pudiese repararlo para que funcionase.
—Hola Angélica— una voz al parecer quería sacarme de mi mutismo.
Despegué la mirada de la extraña botella, para recaer en una cabellera ondulada de color negro.
—¿Ignacio?— pregunté algo dudosa.
Desde la vez que no respondí sus dudas, pensé que jamás se aproximaría a mí de nuevo. Y mucho menos con ese gesto de cordialidad, de tanta alegría que estaba en su rostro. Era la sonrisa mas sincera que alguna vez vi en mi vida.
—No sé si ese es un saludo… pero si soy yo— exclamó con tono hilarante, a lo cual respondí con una sonrisa algo apagada. —Entiendo esa cosa no funciona por eso la cara larga.
Lo contemplé algo extrañada. ¿Desde cuando Ignacio se interesaba en mi desempeño escolar?
—Pues… si diste en el clavo, no funciona— le respondí aún extrañada por su conducta.
—Descuida yo lo arreglo.
Realizó un ademán de tomar el objeto entre sus manos, pero yo recelosa lo saqué antes que pudiese sacarlo.
—No te pedí que lo hicieras.
—De todas maneras lo haré.
Tomó el objeto entre sus dedos, y se fue sin que yo pudiese reclamarle. Lo observé marcharse a su puesto, para trabajar con muchas ganas en mi proyecto.
Mi cara debía de tener un enorme gesto de duda impreso en la frente, porque cuando Antonio se aproximó a su puesto, me observó asustado.
—¿Qué pasó?— Se aproximó preocupado. — ¿Ese imbécil te dijo algo malo? – señaló con evidente molestia.
—No… para nada— titubee, luego el tono de su voz me alertó— y si me hubiese dicho algo malo, yo puedo defenderme sola— solté molesta.
—Como digas— respondió con tono enfadado, largándose a su puesto.
Casi como un niño haciendo berrinche inútil.
— ¡Qué sucede ahora!
—No pasa nada… lo que sucede es que eres una tonta— dijo él usando las mismas palabras de Katte.
Definitivamente todos estaban volviéndose locos. Primero Katte, luego Ignacio y ahora este idiota… ¿Qué seguía ahora? ¿Felipe con malas pulgas? ¿Victoria sin ganas de hablarme? ¿Alejandra odiándome sin sentido?
Seguramente todo fue culpa de la mala suerte. O del azar quien sabe.
Pero Alejandra cruzó el umbral de la puerta de la sala, con gestos que solo se pueden definir como los de una muerta viviente.
Su mirada estaba vacía, como si la energía vital hubiese sido arrancada de golpe de su cuerpo. Tomó asiento, miró hacia mi rostro, y un espeluznante gesto se formó en su cara, dedicándome una verdadera mirada de odio.
Me asusté. Siempre me han mirado con gesto de molestia debido a mi carácter… pero nunca antes me miraron de esa manera haciendo valido el dicho, si las miradas matasen.
—Definitivamente todos están locos— saqué el delantal de mi bolso, sintiéndome miserable sin saber por qué.
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La campana sonó para irnos a recreo. Esperé con ansias la llegada de mi mejor amiga, pero ni rastro de su presencia.
A mí lado, sentado y también esperando la aparición de Katte, Felipe me dirigió una mirada de comprensión.
— ¿Entonces no le dijiste nada? – repitió por enésima vez.
—No… supongo.
Él me atrajo con un brazo, reconfortándome en su pecho.
—Esas cosas pasan, es cosa de tiempo tonta.
—¿Podrías dejar de decirme así?— Solté con amargura— he escuchado esa palabra toda la mañana. Terminaré por creerlo.
Ambos nos reímos con ganas. Gracias a este gesto pude sentirme mejor. Él poseía esa extraña magia de hacerme sentir bien, sin importar que hubiese pasado.
—De todas maneras tengo que irme.
—¿Irte?
—Si, no me perderé el recreo… y aparte vienen a hacerte compañía.
Señaló con su mano a Ignacio, quien se acercaba a nosotros con el proyecto listo, y lo más maravilloso de todo, estaba funcionando. Felipe me guiñó el ojo, saliendo de la sala en compañía de Victoria.
—¡Está listo!— una voz llena de energía retumbo en mi oído.
Luego tomo asiento a mí lado, mostrándome con muchísimo orgullo, el objeto funcionando en todo su esplendor. Nuevamente me perdí en su sonrisa… ¿Por qué nunca la miré antes? Posiblemente porque jamás nos hablamos de tan cerca.
—Si ya lo veo… pues…— estaba a punto de darle las gracias, pero él me irrumpió
—No te preocupes, espero puedas… tú sabes— comenzó mirando el suelo, sin atreverse a mirarme a la cara.
—¿Qué?— Pregunté, luego el entendimiento llegó— Por supuesto, quieres un favor— mascullé bastante decepcionada.
¡Tonta! Estaba a punto de caer en una de las trampas más viejas del mundo. Y yo pensando que él de veras lo hacía por ayudar.
—¡No es eso!... vine a disculparme por lo del otro día. Lucías algo enfadada y creo que con justa razón— me explicó— siempre me acerco a ti solo para pedirte ayuda.
—Vaya…— susurré con la cara roja por la vergüenza— entonces estamos a mano.
Otra sonrisa deslumbrante se formó en su rostro moreno. ¡Cielos que bonita! Pensé algo aturdida.
—Gracias Angélica— me tomó de las manos, transmitiendo un extraño calor a mis siempre helados dedos— te veo luego.
Me quedé sentada, mirando el aparato funcionar en todo su esplendor. Bueno al parecer podría aprobar física, gracias a la bondad recién descubierta en Ignacio
—No alcancé a decirle gracias— pensé en voz alta.
Una tos, proveniente del puesto de Antonio, irrumpió mi pensamiento.
—¿Celoso?— me burlé, lista para otro ataque verbal.
Sorprendentemente él no reaccionó. Solo desvió su mirada de la mía.
Antes de siquiera poder preguntarle algo, otra figura entró a mi sala, restándole atención al evidente enfado de Antonio. Felipe regreso con gesto muy ufano en el rostro.
—Ves te lo dije— sonrío satisfecho. Victoria lo acompañaba y también se unió a su gesto.
—¿Qué les pasa a ustedes?
—Nada— canturreó él con burla— ¡Vaya! Esto funciona de maravilla – continuo desviando el tema.
Preferí no preguntar. Felipe se caracterizaba por recalcar que todos los hombres que se acercaban a mí, ya sea por uno u otro motivo, lo hacían con segundas intenciones. Sabía perfectamente que estaba pensando, más no le di importancia. Continué mirando el rostro sin expresión de Alejandra, y el enfado en el de Antonio, preguntándome que demonios les pasó. Entonces ella con gestos algo cortados, se levantó de su puesto, dejándolo solo.
Dejé a mis amigos, mientras comparaban sus respectivos proyectos. Con tranquilidad me senté al lado de Antonio, en son de establecer una tregua.
—¿Qué sucede ahora?— repliqué en tono conciliador.
—¿Acaso estás preocupada?— dijo sin malicia en su voz.
Algo muy parecido al rubor cubrió mis mejillas. Desvié la mirada para decirle con tono despreocupado.
—Me ayudaste con lo sucedido con Armando… y nunca me ha gustado deberle nada a nadie— contesté dándome la vuelta para mirarlo.
Una especie de extraña sonrisa se formó en su rostro. Luego deslizo los dedos por su cabellera castaña.
—¿Tienes tiempo después de clases? El cuento es algo largo.
Miré perpleja su rostro, en busca de alguna burla. Nada de eso encontré, solo esa mirada llena de sinceridad, la cual pocas veces había logrado captar en sus ojos azules.
—Supongo… entonces ¿No estás enojado conmigo?
—Quizá sea algo mucho más complejo que un simple enfado.
Cuando el dijo esa frase, no sé porque extraña razón, el rostro sin vida de Alejandra relampagueó en mi mente.
—¿Qué le hiciste a ella? – inquirí con voz dura.
—Ella también es parte del cuento.
Antonio dio por finalizada la conversación, cruzándose de brazos con la mirada perdida. Aun extrañada, salí del asiento de Alejandra para encaminarme al mío.
Apenas llegué a mi puesto, mi amigo estaba instalado en el suyo. Sus ojos estaban clavados por donde Alejandra se retiró.
—¿Sabes que le pasa a ella?
—Ni la más remota idea, este día cada vez se pone más raro.
—¿Por qué dices eso?
—Antonio quiere hablarme después de clases.
—¿Te dijo para qué?
—Por supuesto— ironicé— me explico todo con sumo detalle.
—Entiendo— susurró— ¿Estará relacionado con Alejandra?
—Seguramente, debió meter las patas hasta el fondo, y ahora no sabe que hacer…
Claro, como no. Yo era la consejera de medio mundo, una de las mejores amigas de ella. ¿Acaso podía ser otra cosa?
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La campana para salir de clases, sonó con un bullicio más fuerte que otros días. Era seguramente porque en mi mente, se albergaba la esperanza de que Katte regresaría para explicarme que le pasaba.
Nada de eso pasó. El dintel de la puerta, estaba repleto de alumnos que salían como poseídos por la magia de la campana.
Suspiré. No pensaba irme a casa. Mucho menos con todo lo acontecido.
La esperaría, y tarde o temprano ella terminaría contándome que le pasaba.
Tomé mis cosas. Mientras hacía esto recordé las palabras de Antonio, mas él parecía ocupado hablando con Alejandra. Ella lucía un poco más viva, incluso su cara estaba mucho más repuesta, suspiré con algo de alegría.
Un problema menos entonces, pensé optimista, ellos se arreglarían y todo seguiría como antes. Eso significaba que él, no necesitaría mi ayuda.
Encaminé mis pasos hacia las escaleras. Pensaba si era mejor esperar a mi amiga en el interior del recinto. O quizá interceptarla camino a casa, para que no pudiese escapar.
Es verdaderamente misterioso como actúa el destino. Quizá si en ese momento me hubiese ido camino a casa… está historia nunca sería contada.
Fui rumbo al baño, dispuesta a esperar que el tiempo transcurriese con paciencia. Más una mano me tomo por el hombro.
—Angélica… ¿Tienes tiempo ahora?
Reconocí su voz sin voltearme, era Antonio. Me di la vuelta, descompuse el gesto al ver que Alejandra no lo acompañaba. Tampoco su cara era conciliadora.
—Claro.
Caminamos en silencio dirigiéndonos al fondo del patio. Me senté en una cerca de color blanca carcomida por el tiempo, mirándolo a los ojos. Antonio parecía demasiado nervioso.
— ¿Quieres sentarte?
—No… es decir, no gracias.
¿Antonio titubeando? Algo demasiado extraño le sucedía. Un extraño carmín se formó en sus mejillas, no podía dejar su mirada quieta en ningún lado.
—¿Qué te pasa?
Tomó aliento por unos momentos. Temeroso, con el labio temblando… por primera vez lucia vulnerable. Yo apenas podía creer la escena que se mostraba ante mis ojos.
Luego con todo el aplomo posible, dijo con lentitud espantosa:
—Terminé con Alejandra
—¡Qué! ¡Eres un completo tonto Antonio! ¡Ahora entiendo su reacción en la mañana!...
Pensaba seguir empapelándolo a insultos, pero sus ojos azules nuevamente me detuvieron en seco. Nuevamente el comentario que le hice a Felipe se cruzó por mi mente. Me mordí los labios para no seguir insultándolo.
—Está bien… ¿Necesitas ayuda?
Él frunció el ceño algo confundido, luego al parecer comprendió mi comentario. Una media sonrisa se formó en su rostro.
—No, no era por eso. Es solo qué.
Pasaron algunos minutos en silencio. No lograba entender que pasaba, pero entonces Antonio se aproximo a mí, a paso decisivo. Volvió a tomar aire y exclamó.
—Mi problema eres tú. Me gustas… me gustas mucho

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