miércoles, 2 de febrero de 2011

Capitulo cuatro

De regreso
Voy como los perros mojados a la siga de tu recuerdo, sujetándome las palabras.
El sol entró a raudales por mi ventana. El aire estaba lo suficientemente templado como para seguir durmiendo por horas.
Y yo daba vueltas en la cama, inmersa en un sueño profundo hasta que…
—¡Ring! ¡Ring!
Algo atontada por el sueño, a tientas busqué el reloj ovalado y de color metálico. Mis manos torpes lo apagaron y lo aventaron al piso, sin gran delicadeza y tacto de mi parte.
Tomé las sabanas con mis manos, arropándome en posición fetal esperando que el sueño viniera a mis ojos cansados.
Luego, algo parecido a un recuerdo empezó a molestarme. Un extraño cosquilleo que hace tiempo que no sentía, comenzó a incomodarme.
Me incorporé sobre la cama, con el pelo como un enorme nido de telarañas. Mis ojos legañosos lucharon por abrirse y recayeron sobre el calendario.
Este marcaba el día tres de marzo.
—¡Ah! — Grité como poseída — ¡Me quedé dormida!
Es increíble lo rápida que podemos ser, si tenemos el pequeño incentivo de llegar a tiempo.
En menos de 15 minutos, estuve bañada, peinada, vestida. Devoré mi desayuno a la velocidad del rayo, mientras mi madre me miraba de pies a cabeza.
—¡Vaya! Estás distinta.
—¿Será que no llevo una tonelada de yeso encima? — dije esto con la boca llena de pan con palta.
Ella algo molesta, me arregló la corbata, limpió mi rostro y después exclamó:
— Eres muy bonita hija— Pegué un salto por la sorpresa… digamos que no esperaba que esas palabras— los muchachos te lloverán— señaló casi con orgullo.
No presté mucha atención a sus palabras. En ese momento mi celular sonó y yo con prisa contesté:
—¡Aló! ¡Sea quien sea, voy camino al colegio!
—¡Angélica!— el chillido prácticamente me dejó sorda— ¡Tenemos que venir juntas! ¡Este es nuestro último primer día!
Algo muy parecido a la nostalgia, me invadió en ese momento. Como estaba tan apurada, no tuve tiempo para pensar en ese detalle.
Era verdad, este es el último año en mi colegio… pero justo antes de que la avalancha de recuerdos me invadiera, el chillido de mi celular volvió a escucharse.
—¡Me estas escuchando!
—Claro… este ¿Dónde te veo?
—En quince minutos en la entrada— corté apresurada, intentando comer a la velocidad del rayo.
Apresuradamente tomé mi maletín, el cual estaba encima del sofá. Intenté arreglar mi corbata, pero supuse que era una causa perdida.
Me despedí de mi hermana pequeña, la cual hizo un escándalo de proporciones cuando quise marcharme, pero al final de cinco minutos prometiéndole volver, partí en busca de Katte.
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La entrada estaba repleta de gente. Katte y yo platicábamos alegremente, hasta que nos topamos con el gentío.
—A estas alturas dudo que podamos entrar— me pase las manos por el pelo aún mojado. —¿Se te ocurre alguna idea?
Entonces alguien literalmente se arrojó sobre nosotros.
—¡Niñas!— Felipe hacía su aparición triunfal.
Puso sus brazos alrededor de mi cintura. Le sonreí gustosa, lo extrañaba tanto su presencia siempre generaba una sonrisa en mi rostro.
—¡Oye! ¡Te ves rara sin yeso!— exclamó en tono de burla.
—¡Agradece que sigue en pie! —Katte se aferró a mi brazo—. Casi morí cuando la vi allí toda enyesada.
Tuve que morderme los labios para no reír. Recordé el día que ella llegó de visita, como al final, tuve que ser yo quien la consolara.
El gentío avanzaba entrando de a gotas. Nosotros esperábamos impacientes a que Victoria llegará a nuestro lado.
—¿Y de donde dices que te caíste?— mi amigo seguía con el interrogatorio.
—Desde mi higuera… te lo he contado muchas veces— me disponía a seguir cuando Felipe me detuvo con un rotundo gesto de sus manos.
—Eso es imposible, es demasiada altura— puso sus dedos en su mentón— ¿Alguien te recogió al vuelo?—. Exclamó mirándome de reojo.
¡Demonios! ¿Acaso no puede usar su inteligencia en otra cosa?
—Ah, no seas tonto— repliqué— solo me caí y de milagro no paso nada más.— ¡Miren allí viene Victoria!
Estaba salvada. La oportuna llegada de mi amiga de cabellos oscuros me salvó el pellejo.
—¡Hola a todos!— gritó— ¡Ange! Es raro verte sin tanto yeso.
Todos nos reímos con ganas. Por fin, la montonera de gente entró, dejándonos a nosotros la oportunidad de entrar.
Mi colegio constaba de tres edificios, los cuales estaban ordenados de manera tal que parecía una casa romana. Tenía tres pisos, de colores plomo en sus paredes, las columnas eran de un verde claro. Todo el lugar tenía un ambiente de estudio y amistad, poseía un ambiente de paz que solo se podía advertir con el pasar del tiempo.
Nos formamos en nuestro lugar. Dejé a Katte en su curso, le di un largo abrazo.
—¿Y eso?— dijo extrañada.
—Es nuestro primer último día… ¿o no?— le dediqué una sonrisa y partí a mi fila.
Estaba tan distraída envuelta en mis recuerdos, que choqué con alguien casi sin percatarme.
—Lo siento— me aparté con cuidado, quedándome petrificada viendo quien era…
—Descuida— me miró de pies a cabeza—. Ya puedes soltarme— dijo desviando la mirada.
Totalmente nerviosa, me alejé de Armando casi corriendo. Luego cuando llegué a la mi lugar, recién pude recobrar el aliento… no me percaté de mi falta de respiración hasta llegar allí.
El aroma de Armando estaba impregnado en mi uniforme. Lo acerqué lo mas posible a mi nariz y me perdí en el. Mi decisión de no hablarle, las dudas sembradas en mi cabeza, ahora se despejaba de la nada. ¡Demonios! ¡Por qué me gustas de esta manera tan tonta!
—¡Mierda!— grité con la frustración a flor de piel.
—¿Dime?— una voz me interrumpió por detrás.
Casi pego otro salto al sentir la presencia de Antonio en mi espalda. Luego unos brazos se envolvieron en mi cintura. Por un momento no supe que hacer, ni que decir… me pregunto cuanto tiempo transcurrió hasta que pude decir:
—¿Oye? ¿Qué haces?— sentí el color subirse por mis mejillas sin poder evitarlo.
—Me alegra que estés bien— me aproximó un poco mas a su cuerpo.
—A propósito de eso… que hacías en mi casa— me liberé del abrazo, con la cara roja como tomate.
Él arrugó el ceño ante esas palabras.
—¿Cómo lo sabes?— molesto se alejó un poco más de mí.
—¿Ah? Tú fuiste a verme al hospital…
—Si claro, como digas.
¿Qué? ¿Esto era una especie de broma verdad? Me había gastado los sesos todo el maldito verano, pensando en porque estaba en mi casa. Esperando como tonta por una explicación razonable, y ahora él me contestaba con evasivas.
—Entonces… ¿Por qué dijiste eso?
—¿Qué? ¿Eso de que estuvieras bien?— se mantuvo en silencio por un momento— hace tiempo que no te veía, era solo eso.
¡Dios! ¡Qué tipo más idiota, desagradable y estúpido! Todo lo bueno que pensaba sobre él se fue al carajo. Antonio siempre sería el ser mas idiota que pisara la faz de la Tierra.
—Retiro todo lo que tenía pensado de ti— me crucé de brazos molesta, retirándome a pasos agigantados.
—Mira tú ¿y qué pensabas?
—¿Qué te importa? ¡Y para de seguirme quieres!
Él ignoró mis palabras por completo.
—¿Y que te pareció Cerati?— Murmuró por lo bajo.
Con esas simples y mágicas palabras, mi enojo se fue de golpe. Emocionada, comencé a contarle todas mis apreciaciones del concierto en si. De súbito, recordé que estaba molesta con él.
—Algún día tendrás que enseñarme— solté en tono de broma.
—¿Qué cosa?— volvió a fruncir el seño mientras decía esas palabras.
—Tu capacidad innata para ser perdonado— contesté sacándole la lengua con aire infantil.

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