lunes, 21 de febrero de 2011

Capitulo once

Antes que nada. Gracias por sus visitas, me emocionan de manera que no tiene idea y antes de publicar el cap… solo pido que no me maten… ¿Vale? xD
Les dejo con los significados de los nombres de nuestros protas.

-Angélica nombre femenino de origen latino eclesiástico "angelicus", cuyo significado es "Aquella que es angelical" o "Aquella con gran parecido a los ángeles por su candor y gran belleza"
Ange se muere si sabe que esto significa su nombre xD
-Antonio, nombre masculino originado de un gentilicio romano "Antonius", su significado "Aquel que es digno de alabanza o estima"
Para que hablar de cuanto le subiría el ego a Antonio xD
Y ahora si el cap ^^(Mabel se encierra en un refugio anti-bombas xD)
Capitulo 11: Creí
"Creí escucharte cantar.
Creo que creí verte intentar
Pero eso fue sólo un sueño,"
Losing my religión – REM
El teléfono volvió a resonar en mi bolsillo. Lo saqué de allí para observar quien me llamaba. Por supuesto, era la séptima vez que Katte intentaba comunicarse conmigo sin éxito alguno. Suspiré y guardé el celular en su lugar.
Sabía que no era sano, pasar exactamente todos los días de vacaciones de invierno encerrada en mi pieza. Pero no anhelaba moverme, ni siquiera si llegase a terremotear.
Los pasos de mi mamá inundaron el pasillo. Golpeó la puerta, cosa tonta porque igual entró sin pedirme permiso, con el teléfono de la casa en mano.
—¿Puedes por favor hablar con Katte?— señaló enfadada.— O anda a su casa… lo que sea para que deje de llamar.
Me incorporé sobre la cama. La observé sin gesto alguno y alargué el brazo.
—Mucho mejor— me lo entregó y salió de mi pieza.
—¿Aló?—comenté resignada.
—¡Ange! ¡Donde has estado!— tuve que alejar el auricular de mi pobre oído— necesito saber que pasa… ¡Ahora!
—Te veo en una hora en el parque— le comenté secamente, para cortarle con violencia, y hacerme el animo de arreglarme para salir.
Aunque yo llegué con diez minutos de retraso, mi mejor amiga me recibió animada. Comenzó a relatarme de todas sus actividades de invierno. Con amplios gestos intentaba traspasarme su energía, aunque sus intentos fuesen inútiles.
Ella se detuvo en seco de lo que estaba contándome. Me observó de pies a cabeza y explotó sus verdaderas intenciones.
—Por favor Ange— la voz de Katte se quebró en ese momento. —Tú sabes que detesto verte actuar de esa manera.
—¿Qué manera?— solté indiferente y sin mirarla.
—¡De esa manera!— se colocó enfrente de mí—¡Quiero saber que te hizo Antonio!— gritó con todas sus fuerzas.
Yo la miré impresionada. No había mencionado su nombre… hace unas cuantas semanas, cuando todo definitivamente se fue al carajo.
Pero mi mejor amiga, la pequeña Katte sabía de antemano lo que me sucedía.
—Pareces una autómata— continuó un poco mas despacio— lo haces todo por inercia, ya no sonríes como antes…— se detuvo solo un poco.—Ya no sé donde está mi mejor amiga.
Ni siquiera yo podía responder esa pregunta. Mi esencia escapó hace unas cuantas semanas atrás y no ha dado señales de volver nuevamente.
—Esta bien me rindo— solté algo molesta— ¿Dónde te perdiste?
—Recuerdo que al parecer se quedaron un día junto después de clase.
—Ese día…— dije intentando que los recuerdos no me asaltaran.
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El otoño se acababa, y el invierno comenzaba a despertar.
Un intenso frío comenzaba a reinar por las calles, aunque yo pocas veces podía sentirlo.
La verdad es que era inmensamente feliz. Reía con absolutamente todas mis ganas, y viví entre medio de las nubes con todas mis fuerzas… lamentablemente la caída duele más cuando caes de tan alto.
Por lo general me quedaba con Antonio, luego de clases.
En esos momentos solíamos conversar como antes, pero ahora yo podía acunarme en su pecho y quedarme en paz, durante todo el tiempo que podíamos.
Ha veces solo nos quedábamos en silencio, y el acariciaba mi cabello mientras hundía la nariz en ellos. Aunque todavía no se atrevía a besarme.
Y eso me tenía totalmente intrigada.
—¿Aún no lo hace?— me preguntó Katte con una sonrisa despectiva.
—Si no quieres creerme es cosa tuya.
—Mira a quien se le pegan mañas— ella sonrió, y mis mejillas se colorearon por ese comentario— pero pasan mucho tiempo juntos… ocurrirá alguna vez.
Y eso me ponía nerviosa de una manera brutal.
A veces Antonio se acercaba a mi rostro, solo ese gesto lograba que mi corazón se colara en mi garganta, me temblaran las piernas y no pudiese responder coherentemente.
Cuando esto sucedía, él se reía sin ningún tono de burla y acariciaba mi cara delicadamente.
—Eres tan… adorable aunque me duela admitirlo.
Pero cuando decía eso, a mí me dolía un poco. Porque él lo decía como si fuera… bueno, como si fuese una niña.
—No soy tan niña— comentaba y mis mejillas se inflaban.
Y él reía más.
—Es que yo… a mí me encanta esa parte de ti.
Nuevamente nos envolvíamos en un silencio agradable.
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—¿Si estaban tan bien…?
—Nosotros no estábamos bien Katte— la contradije— él tenía todas las libertades y ninguna obligación conmigo. Apenas yo me daba la vuelta él corría a los brazos de Alejandra.
—¿Y tú…?
—Aún no llegamos a esa parte— comenté sentándome en una banca del parque— ¿sigo?
Ella también lo hizo.
—Por supuesto.
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—¿Qué hay de las rosas?
Antonio soltó esa pregunta de la nada. Intenté relacionarla con algo que dije, pero no supe el porque de esa pregunta.
—¿De que hablas?
—¿No me hablabas de la pelea con tu mamá?
—¿Cuándo me dijo que los cactus tienen espinas, porque por dentro son esponjosos? Si fue totalmente desagradable cuando me comparó con eso…
—Las rosas son iguales— susurró él por lo bajo. Y yo volví a ponerme roja por el comentario.
Sus dedos acariciaron mi rostro con delicadeza.
—Mira ahora eres una rosa roja— se acercó a mí de manera peligrosa para dejar un beso en la comisura de mis labios.
Pero ese jueguito de tira y afloja me estaba aburriendo. Así que decidí ir más lejos y soltar lo siguiente.
—¡Vamos como si pudieras hacerlo!
Él me miró de manera extraña.
—¿Qué me dices pequeña?— me sostuvo la mirada con tanta pasión que tuve que bajar la mía.
—Eso… no puedes… tú sabes.
Se acomodó en su costado. Con la sonrisa torcida, como ganador absoluto.
Y esa parte de él, que antes tanto odiaba, ahora me fascinaba como una idiota de primera.
—¿Qué cosa?
—¡No te hagas el tonto!— solté con la cara colorada— sabes muy bien a lo que me refiero. Sus ojos se tornaron serios de la nada.
—¿No lo entiendes verdad?— dijo aproximándose con cautela— yo no quiero… no deseo herirte. Pero… una parte de mí.
Se acercó más y más. Instintivamente cerré los ojos, pero luego su calor se fue.
Algo frustrada me alejé y cerré mis brazos en jarras sobre mi pecho.
—¿Me ves como una niña?— ataqué enojada— acéptalo, ni siquiera cuando Sebastián te "obligó" a besarme pudiste— seguí irritada—¿sabes que creo? Que realmente no puedes hacerlo, así de simple y directo.
Él se quedó de una piedra al escucharme. Arrugó su ceño y de la nada, parecía más enojado que nunca.
—Y ahora me dirás "piensa lo que sé te de la gana"— ironicé más molesta por su actitud.— me retiro.
Hice el gesto de pararme, mas él me retuvo tomando mi brazo. Su gesto de enojo desaparecía. Estaba tan serio que casi me intimidaba.
Mas le devolví el gesto con tanta terquedad como me fue posible.
Intenté decirle algo, pero entonces él se aproximó y se apoderó de mi boca de lleno.
Abrí los ojos, más impresionada que otra cosa más que nada. Antonio siguió degustando mis labios, como quien los hubiese deseado desde hace tanto tiempo… me sentí helada por la pasión destilada en ese gesto, tan sencillo pero tan complejo a la vez.
Antonio me soltó, respirando igual de agitado que yo. Le costó un rato poder mirarme a la cara otra vez.
—Nunca me digas, qué no puedo hacer.
Desvié la mirada confundida.
—¿Qué fue eso?— pregunté con los ojos clavados en mis zapatos.
—Yo… la verdad no lo sé.
Cuando él me dijo esas palabras, lo bello del momento se desvaneció. Para él solo había sido eso… un beso. Para mí era algo, quizá lo mas importante que pasó entre nosotros.
Pero eso no significaba que estaría a mí lado. Eso tampoco quería decir que la hubiese olvidado.
Y de repente eso me dolió muchísimo más de lo que creía.
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—Sencillamente después él se terminó alejando de mí— concluí— tomó todo lo que quiso, me dejó como una idiota. Y a las pocas semanas Alejandra publicaba en msn que estaban de vuelta— con algo de sarcasmo terminé diciendo— "ahora son novios oficiales"
Katte dio otro suspiro. La miré para ver que opinaba ella sobre todo el asunto.
—De veras que no lo entiendo. Aunque supongo que tú miles de veces lo preguntaste… pero en verdad no lo entiendo. Yo de veras pensaba que él te quería.
—Yo también, y ese fue mi error.
Nos quedamos un momento en silencio. Hacía tanto frío, pero en realidad para mí, no tenía nada que ver con la temperatura. Era como si mi corazón no pudiese funcionar.
—Se escucha lindo al principio… pero luego como que, ya no— soltó Katte de la nada.
—La verdad fue así todo el tiempo— suspiré— siempre supe que ellos volverían, que incluso luego de eso, él correría detrás de ella.
—Y eso te lo dijo…
—La misma Alejandra— se me secó la voz— y no precisamente se juntaban para ver la puesta de sol ¿sabes?
Katte que era tan lenta para algunas cosas, podía ser rapidísima para otras.
—¿Acaso me estas insinuando qué…?— chilló en mi oreja, para luego ponerse colorada de la impresión.
—Si eso mismo— me tiré sobre el banco del parque.
Ella me miró de reojo. Quizá intentando vislumbrar la pena entre medio de mi desinterés.
—Ahora entiendo mejor las cosas. ¿Por eso has estado tan alejada en estas vacaciones de invierno?
—Algo así… si me juntaba contigo, sabía que tarde o temprano terminaría contándote lo que pasó.— apoyé mi cara en mis manos— he estado huyendo de todo lo que sea hablarle o hablar de él.— cerré los ojos.—lo siento por estar tan alejada esa temporada.
—Yo… bueno todos nosotros te vimos tan feliz— Katte jugó con sus dedos nerviosa— la verdad ahora me siento algo culpable. Tú sabes por animarte y todas esas cosas. Pero cuando leí por msn que ellos estaban juntos de nuevo— tragó la saliva— no entendí nada, y quise juntarme contigo desde ese día. Pero tú te me escapas con cualquier excusa tonta.
Volví a suspirar y a sentirme culpable. Ella estaba tan preocupada por mí, y yo solo la alejé de mí lado. Todo porque era demasiado terca, orgullosa y estúpida como para darme cuenta que mi estado la afectaba. Porque era mi mejor amiga y siempre lo sería.
—¿Y que harás cuando regresemos?
El regreso. El inevitable regreso de verlos juntos. De aguantarme todo la mierda cuando los veía juntos.
—Estoy asustada… no sé como reaccionaré.
No quedamos un rato calladas.
—Es como esa canción… ¿sabes?— solté de la nada— "Creo que creí verte intentar, pero eso fue sólo un sueño"— le dije— se llama "perdiendo mi religión". Es como si creer en todos, hasta de mí misma… fuese imposible en estos momentos.
Katte me miró nuevamente con culpa. Tomó mi mano y logró sonreírme a pesar de todo.
—Siempre has cuidado de mí… ahora yo te cuidaré.
—No es necesario, de veras.
Ella lo negó con la cabeza.
—Al menos lo intentaré aunque no quieras. Y cuando mi mejor amiga esté de vuelta, nos reiremos de todo esto. Solo será un mal recuerdo que se coló por la ventana.
Los ojos miel de ella no me permitían decirle que no.
—No te preguntaré más… aunque sé que muchas más cosas pasaron— continuó— cuando estés lista me lo dirás. Ahora iremos a la heladería por algo grasoso, lleno de crema y chocolate.
Le medio sonreí al escucharla.
—¿Y por qué no?— le respondí, levantándome para seguir adelante como siempre lo había hecho.
Continuará.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Capitulo Diez

Vete
Todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal.
Friedrich Nietzsche (1844-1900) Filosofo alemán.
“Los días pasaron de manera algo inusual. Era casi como si estuviese viviendo en sobresaltos, apenas dormía y comía con regularidad.
Del enojo de la otra vez, poco quedó luego de que él se disculpara… si soy una idiota
A veces me encerraba escuchando música deprimente, para luego andar caminando casi como si flotase en una nube. Una especie de extraño hechizo el cual ignoraba si era bueno o malo.
Hablar con Antonio era un suplicio, aunque no me alejaba de él, y buscaba pretextos como idiota para hablarle. Él ya no hablaba conmigo como antes y eso me exasperaba, y me deprimía demasiado.”
Dejé el lápiz a mi lado luego de escribir estas palabras en mi diario. Luego suspiré con cansancio, y luego sonreí como una boba.
Entonces el teléfono sonó en la planta baja. Fui velozmente pensando que era Katte.
Nada de eso, era la misma Alejandra quien me llamaba.
— ¿Aló?— respondió ella.
No quería contestarle. Era demasiado doloroso… y hablarle solo hacía que la culpa recayera nuevamente en mi conciencia. Tragué saliva y tan solo respondí.
—Hola Alejandra… ¿qué tal?
Ella se quedó en silencio. Luego suspiró y me preguntó.
—Seré directa… ¿te gusta Antonio?
Vaya, ella si que no se hacia rodeos.
Mis labios dudaron de decir la respuesta. En realidad dos de mis partes peleaban en mi interior. Podía mentirle eso era claro pero… ¿eso no sería peor al fin y al cabo?.
Algo salado me recorría las mejillas. Sin casi percatarme nuevamente estaba llorando.
—Si— contesté con la garganta entrecortada.
Quise decirle un lo siento. Pero no pude, las palabras murieron en mi garganta aún antes de poder pronunciarlas. Pude sentir que ella también lloraba al otro lado de la línea.
—Ya veo…
Luego el sonido de quien ha cortado el teléfono llegó a mis oído
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— Y eso fue lo que pasó— dije.
Katte me sostuvo la mirada por largo rato. No supe si esos ojos me juzgaban o pensaban en algún consejo para mí, era una mirada indescifrable.
—Sabías que esto pasaría— sentenció.
—Tal vez sí… pero yo no quería que…
—Lo sé. Muy en el fondo aún eres esa niña que fastidiaba de pequeña.
Fruncí el seño con molestia. Detestaba cuando sacaba a relucir esa parte de nuestra infancia.
—No te enojes— replicó ella— ¿qué piensas hacer?
—Yo… la verdad.
Me quedé en silencio durante un buen momento pensando.
—¿Sabes? Yo solo le gusto a Antonio. Ellos llevaban cuanto ¿un año y medio? ¿Te das cuenta de cuanto tiempo es eso?
Katte tan solo me seguía los pasos callada.
—¿Qué pasa si lo de él es solo un capricho? ¿O lo mío?— Continué— aparte, yo estoy segura de que Alejandra es muy importante para él— tragué saliva— incluso mucho más que yo.
Esa última frase me dolía de veras. Porque era una verdad irrefutable, algo que siempre supe. Una especie de karma que me seguía a todas partes. Yo siempre sería la segunda, jamás la primera.
—Eso también podría ser cierto.
—No tengo derecho— dije terminando— ellos eran felices antes… ahora.
—Él está enamorado de ti.
—¿Acaso lo sabes? Entre gustar y estar enamorado hay un abismo enorme…
—Eso nos deja con que harás…
—Me alejaré de Antonio— dije intentando sonar segura.
Más incluso antes de formular esas palabras, yo ya lo echaba de menos.
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Ignorarlo resultó mucho más sencillo de lo que planeaba. Y yo no sabía si eso era bueno o malo.
La campana del recreo sonó con mucho ruido. Yo me quedé sentada, tan solo pensando que era un fastidio que Katte tuviese una prueba, y justamente no pudiese acompañarme como siempre lo hacía.
Casi sin poder evitarlo, pegué una mirada hacia Antonio. Él como siempre estaba inmutable, riéndose con sus amigos, mientras estos se palmoteaban la espada. Algo así como el idiota estilo “macho Alfa” que poseen los chicos.
Cuando lo veo así tan despreocupado, muchas cosas pasan por mi mente. Demasiadas preguntas que tan solo acaban confundiéndome más.
Me pregunto si es conciente de las cosas que han pasado. O de cómo las cosas han tomado este giro… tan tonto si se pudiera describir.
Pareciera como si nada hubiese pasado para él. No es como yo, no es una patética marioneta que sonríe pretendiendo que es feliz, él ríe de veras.
¿Era verdad que sentía algo por mí? Si apenas yo no le dirigía la palabra él hacía lo mismo.
—Soy una tonta— dije garabateando una hoja.
—Hola Ange— era la voz de Ignacio.
Levanté la mirada un poco molesta. Detesto cuando estoy inmersa en mis pensamientos, y gente que ni siquiera es amiga mía viene a fastidiarme. Él ignora mi cara de fastidio por completo y se sienta muy ufano en el puesto de Felipe.
—Hola… —exclamé extrañada.
—Bonito clima el de hoy.
Volví a arquear mi ceja derecha.
—¿Vienes a hablarme del clima?
—En realidad no— suelta un poco nervioso— parecías algo pensadita hace un rato. Y aparte me da pena esa pobre hoja de block, mírala toda rallada.
—¿Cuál es el punto?— concluí ocultándola debajo de la mesa.
—Que quizá necesites hablar con alguien…
Desvié la mirada hacia la ventana. Las palabras de Ignacio no traían ningún tipo de sarcasmo oculto.
—¿Tú que piensas de los seres egoístas?— pregunté sin mirarlo.
—Del egoísmo… —repitió un poco nostálgico.
—Así es— finalicé volviendo a mirarlo a la cara.
—Que quizá no sea tan malo como lo pintan. El amor es sumamente egoísta… si lo miras de un modo frio...
—¿pero…?— comenté alentándolo a seguir.
—¿Tiene algo de malo aferrarnos de uñas y dientes de aquello que nos hace felices?
Vaya. Yo jamás lo había vislumbrado de esa manera tan simple pero tan lógica.
—Siguiendo esa línea entraría en juego, si es correcto hacer de todo para ser feliz.
—¿Algo así como que el fin justifica los medios?
—Si quieres ponerlo de esa manera. Pero también deberías pensar si vale la pena.
Y nuevamente la realidad me escupía en la cara. Suspiré melancólica apoyando mi cara en mis manos.
—Supongo que tienes razón también en eso.
Él se sonrió de lado.
—Bueno sea lo que sea que te atormente— finalizó— no deberías traer esa cara de funeral.
Ahora fui yo quien sonrió sarcásticamente.
—¿Así mejor?
—Solo un poco— me dio una palmada en la cabeza— como sea espero haberte ayudado aunque fuese un poco.
—Solo un poco— dije devolviéndole el comentario.
—Mira si hasta la cara de fastidio se te borró.
Y eso era cierto. Hace apenas unos minutos atrás casi lo había golpeado cuando se sentó a mí lado. Ahora en cambio me estaba riendo con él.
Entonces un ruido captó nuestra atención. Era Antonio, quien como hace unas semanas atrás se instalaba en el puesto del profesor.
Extrañamente eso me dio pena. Hace unas semanas no tenía este lío con él, éramos amigos incluso y Alejandra no sufría por mí culpa.
—¿Hablan de algo interesante?
“De nada que te importe” ese era mi dialogo en esta parte. Más ahora solo me puse los auriculares para poder ignorarlo.
—Cosas entre nosotros— contestó Ignacio secamente.
“Cosas entre nosotros” esa frase se coló en mi mente. Asombrada me di cuenta que él me estaba defendiendo.
—¿De veras?— dijo Antonio dispuesto a pelear, más lo detuve con una solo mirada.
—No te entrometas donde no te llaman. Al menos Ignacio es capaz de ser consecuente con sus palabras.
—Si quieres decirme algo sé más directa— respondió Antonio enfadado.
—Lo que escuchas. Posiblemente él seguirá actuando acorde a sus palabras. No se comportará como un imbecil que nada ha dicho a las semanas.
Antonio se quedó helado. Por primera vez no hubo respuesta de sus labios.
—Piensa lo que sé te de la gana.
—Eso hago— dije quedándome en silencio.
Él se levantó del asiento. Justamente en ese momento sonó la campana para entrar a clases. Ignacio también se retiró en silencio
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“¡Idiota! Pensaba mientras guardaba mis cosas con violencia en mi mochila.
“¡Qué fue acaso eso! ¡Una seudo escena de celos! ¡Con que derecho el muy tonto!”
Otro cuaderno lanzado al fondo del maletín.
“¡Y acaba diciéndome piensa lo que quieras! ¡Como si fuera mi culpa!”
Felipe me miraba algo asustado verme arreglar mis cosas, como si estuviese entrenando para un ring de boxeo.
—¿Ange?
—¡Dime!— le grité sin percatarme— ¡Lo siento ando…!
—Angélica… acaso tú— dijo con recelo.
¡Mierda lo ha descubierto todo!
—¿Estás con la regla?
—¡Qué! ¡Que acabas de decirme!
—Eso sería raro— comentó como si nada— eres bastante regular y que yo sepa te llegó la semana…
—¡Cállate Felipe!— dije tapándole la boca con el delantal, mirando a todos lados. —¿Cómo supiste que yo…?
—Tonta soy tu mejor amigo, convivo contigo.
Abrí los ojos impresionada.
—Y la otra semana traías un paquete lo suficientemente grande como para un batallón —finalizó con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Felipe!— grité dispuesta a matarlo, más él fue mucho más rápido que yo.
—¡Te espero en el comedor!— salió huyendo medio muerto de risa por la expresión de mi cara.
Una media sonrisa se formó en mi cara. Felipe siempre hacía esas payasadas cuando me encontraba muy seria, o muy enfadaba. Era su manera de decirme que se preocupaba por mí, más no quería atosigarme con preguntas.
Si tengo amigos muy especiales…
Mientras mis músculos se relajaban el recuerdo de la discusión con Antonio me hizo sentir pésimo. Pero ¿acaso esa no era mi decisión? Sencillamente olvidarlo, seguir adelante como si nada hubiese pasado.
Si al fin y al cabo, él actuaba de la misma manera. ¿Valía la pena acaso intentar algo, si él se mantenía aun más distante que antes?
—Angélica— dijo Antonio mientras se acercaba a mí.
“Recuerda distancia, distancia por lo que más quieras” me recordó mi conciencia a medida que él se aproximaba a mi metro cuadrado.
—Me evitas como la peste.
—Mira quien lo dice— dije sin mirarlo tomando mis cosas dispuesta a largarme.
Pero la mano de él retuvo el bolso a la mesa. Ese gesto provocó que lo mirase a los ojos.
—¡Que te pasa! Sueltame hay gente que me espera.
—Mira digas lo que digas, lo que te dije hace poco… era verdad— susurró con un poco de rubor en sus mejillas.
—Si lo dices con esa convicción— le devolví molesta.
—¡Como quieres que tenga convicción si no me has dicho nada!
—¡Y que se supone que te diga! Antonio seamos novios— dije imitando un tono empalagoso—para que, para que me digas, no Angélica no quiero estar contigo.
Antonio abrió los ojos sorprendido a más no poder.
—¿Cómo lo…?
—Te conozco— repliqué amargamente— Alejandra es demasiado importante para ti… quizá por cuanto tiempo más será así. No vale la pena responderte si las cosas van a terminar de esa manera.
Antonio aflojó la presión de su mano. Yo con lentitud tomé mis cosas, intentando tragarme mi pena.
Más antes de poder partir, él me retuvo por el antebrazo.
—Por ultimo déjame despedirme.
No me dio tiempo a reaccionar. Él se acercó hasta casi tocar nuestros rostros. Mi corazón volvió a volar a mi garganta, y mis labios temblaron entre abriéndose lentamente. Los dedos de él se enredaron en mi cabello.
—Es verdad lo que dices… sin embargo.
Rompió la distancia entre nosotros… para dejar un beso en la comisura de mis labios. No fue un roce suave, tomo todo lo que pudo con su labios, suspiré rendida a la par que él se alejaba.
—Pero eso no quiere decir que no me gustes un montón.
Yo mientras tanto tan solo pensaba.
“Porque carajo siempre tienes que terminar ganando.”

Capitulo Nueve

¿Celos?
La envidia y los celos son hermanos… procura no ofender al primero porque el segundo puede matarte.
—¿Pecados capitales?
Felipe retomó el diccionario para buscar el significado de esas palabras. Yo lo miré nuevamente incrédula.
—¿Me estás…?
—Angélica de no estar en la luna todo el tiempo, te hubieses enterado que tenemos que hacer esto para filosofía.
—Vale… entendí, no era necesario el sarcasmo.
Luego de unos minutos en silencio, Felipe arqueó una ceja y preguntó muy serio.
—¿Alguno con el cual te sientas identificada?
Revisando entre los siete pecados capitales, mi dedo se concentró en uno.
—Pereza… ¿O gula?— me reí con entusiasmo— soy muy básica.
—¿Estás segura?—dijo algo incrédulo— pensé que elegirías este.
Con su dedo señaló una sola palabra. Envidia.
—¿Y eso por?
—¿Acaso no sentiste algo parecido cuando vislumbraste a Armando con la otra chica?
¿La verdad? la sola mención de ese suceso no ocasionaba el caos que yo esperaba. Y eso ya era decir bastante.
—Es complicado envidiar algo que jamás tuviste.— comenté sin dejo de pena alguno.
—Entiendo. Por si estás curiosa, ese sería el mío.
Enarqué mis cejas, dudosa de sus palabras.
—Felipe… ¿Qué tendrías que envidiar?. Eres un buen estudiante, tienes el futuro asegurado ¿sigo?
—La capacidad de amar. Tú sabes, nunca lo he hecho, y sería lindo saber como se siente.
—¿Te digo como se siente? Asqueroso— comenté con algo de furia— de repente eres un ser dependiente del otro, sin capacidad de ver más allá de lo que él observa. Y te sientes patéticamente feliz por eso.
Él estalló en una carcajada algo triste.
—Aún así te envidio un poco— puntualizó—. Y de ser completamente sincero, lo más cercano a eso, es lo que siento por ti. Eres como una segunda copia mía, casi mi gemela.
Muchas veces habíamos tocado ese delicado tema. Era como si algo, pequeño y fino, nos separase y siempre quedábamos en lo mismo. Éramos amigos.
—Lo sé— suspiré— si esta vida fuese simple, si no fuese tan jodidamente compleja, tú y yo seríamos felices juntos.
—Amén.
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Corría y corría para llegar a tiempo. Aún no comprendía que me sucedía del todo, pero era capaz de acostarme a una hora decente, solo para quedarme mirando el techo.
He estado con tanto insomnio como para averiguar el número exacto de clavos de todas las paredes.
La reja del liceo estaba a punto de cerrarse.
—¡Esperen un momento!— grité como una loca. Una mano blanca y de hombre la detuvo al seco. Yo me detuve al ver quien era.
Antonio. Él estaba algo apurado, con la respiración entrecortada, sus mejillas teñidas de carmesí.
Y por alguna razón yo no podía dejar de mirarlo como una tonta.
—¡Qué esperas entra!
Pestañee como una boba, para luego reaccionar. ¡Verdad! ¡Es tarde!
—¡Claro!
Ambos corrimos hacia la sala. Muchas veces intenté mirarlo a los ojos, pero él rehuía mi mirada. Antes de entrar a la sala, me observó de pies a cabeza.
—¿Qué es esto?— preguntó apuntando mis ojeras.
—Este… tú sabes, la musa a veces no quiere irse a la cama— dije bajandole el tono al asunto.
—No tienes porque mentirme.
—Entonces no te metas… porque al fin y al cabo.
Él me silenció con una frase la cual logró que se me paralizara la respiración.
—Ni se te ocurra decirme que no te importa.
Antonio entró primero a la sala, sacudí la cabeza para despejarme el sueño. ¿O acaso estaba preocupada por lo que él pensaba?
—Buenos días.
—¡Ange! ¿Y esas ojeras?— deslizó sus dedos alrededor de mis ojos— desde hace días que las noto.
—No es nada importante. Solo tengo insomnio nada más.
En medio de eso, el profesor llegó de la nada. Tenía el ceño fruncido y al parecer, traía bronca para todos nosotros.
—Saquen una hoja— comentó en voz baja, pero todos nos quedamos quietos— ¡Acaso no escuchan!
Todos le hicimos caso sin chistar. Suspiré, realmente necesitaba un milagro para pasar esta materia. Así que comenzamos a copiar todos los ejercicios puestos en la pizarra.
—Ahora me retiro. Tengo una diligencia que hacer— comentó arreglando sus cosas— quiero este trabajo en mi despacho antes de las doce.
¡Qué! Él definitivamente quería que todo el mundo lo matase. Las ecuaciones lucían interminables, en todo lo ancho y largo de la pizarra.
Y yo no estaba precisamente en mi mejor estado para resolver problemas matemáticos.
Finalmente el madito se fue de la sala. Yo con Felipe nos dedicamos a intentar descifrar la pizarra… aunque como siempre a él le resultara más fácil que a mí.
—¡No me hagas cosquillas!
Ese semigrito llamó mi atención. Desvié la mirada lo más disimuladamente que pude, y allí estaban los dos. Envueltos en su burbuja de “aquí nada ha pasado”, riéndose como siempre, felices los dos de estar juntos.
Algo se resquebrajó. De repente estaba mordiéndome los labios muy fuertes para no decir nada, y me quede congelada de la impresión, apretando al pobre lápiz de mina con furia.
¿Alguien podía explicarme con manzanitas que cresta pasaba?
—¿Ange?— la voz de Felipe logró volverme a la realidad— ¿algún problema?
—¡Para nada! ¡Como se te ocurre que yo tengo un problema!— dije al borde de los gritos— ¡Acaso no me ves la sonrisa de oreja a oreja que tengo! ¡Todo es perfecto por aquí!
Él no se inmutó por esa escena. Por lo general suelo perder la paciencia con esta materia, pero yo sabía que este arrebato nada tenía que ver con matemáticas.
—Vale, si tienes alguna duda…
—Lo siento— suspiré— te preguntaré, sabes que me pasa cuando me dejan un testamento en mate.
Felipe solo sonrío. Esa sonrisa misteriosa que tiene, cuando ya me ha pillado. Sin necesidad de preguntarme, él como siempre se ha enterado de todo lo que me pasa.
—Como digas Ange.
Intenté seguir como si nada, pero toda la atención recaía sobre esos dos. De repente me sentía entre frustrada, algo apenada y luego furiosa.
¡Después de todo lo sucedido, esos están pegados como si nada!
Calma Angélica, me repetí a mí misma. Debería estar calmada, y esta escena no debería molestarme…
Es verdad, esto debería ser normal. Verlos juntos es algo que he hecho desde hace un año, y jamás me molesté por algo así.
Casi como por casualidad, pude ver a Alejandra intentando abrazarlo. Antonio se alejaba de ella, pero reía con ganas.
Esto me estaba volviendo loca. El estomago lo tenía completamente revuelto con una sensación que nunca antes experimenté, pero que la reconocí bastante tarde.
Eran celos… así de simples. Presioné el lápiz más fuerte sobre el papel, cuando esa palabra surgió en mi mente y cobró una fuerza inusitada.
—¡Tonto lápiz!— dije intentando sacarme el enojo.
Todo era demasiado complicado ahora.
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La campanada para salir sonó al fin. Luego de un día francamente interminable, podía largarme a casa, para pensar otra vez en que demonios me pasaba con Antonio.
—Hola— susurró una voz a mis espaldas.
Y ahora que… ¡Dios dame paciencia!
—Hola— contesté secamente sin ganas de mirarlo.
Él no se movió de su sitio, permaneció detrás de mí. Y yo no tenía el ánimo como para mirarlo a los ojos.
—¿Puedes largarte? Ha sido un mal día en muchos sentidos.
—¿Podrías al menos mirarme a la cara?
Me di vuelta, furiosa hasta más no poder.
—¿Mejor así? ¡Anda escupe rápido que quieres!
Antonio no me dijo nada, solo desvió la vista algo avergonzado.
—¿Acaso te he hecho algo?
—No, nada has hecho… eso es lo que pasa. Eres un mentiroso ¿sabes? No te creeré nada de ahora en adelante.
Tomé mi bolso, empujándolo con bastante fuerza para pasar. Luego encaminé mis pasos lo más rápido que pude para la salida.
Escuché unos pasos, miré por encima de mi hombre y pude verlo siguiéndome.
Esto tenía que ser una broma.
Me detuve en seco, dispuesta a parar todo esta tontería.
—¡Ok! ¡Te escucho!
Antonio tomó aliento, antes de preguntarme en tono sumamente serio.
—¿Qué carajo te hice ahora?
¡Y él muy idiota me pregunta!
—¡No te parece poco el mentirme de esa manera!— solté de la nada— primero decirme que terminaste con Alejandra, luego decirme que te gusto. Todo para que terminara siendo ¿Qué? Una mentira… ¡Púdrete Antonio!
—Eso no es una mentira.
—¡Por supuesto que si! Media clase vio tu encantadora escena con ella en la mañana. Así que si me disculpas, tengo cosas más importantes que hacer.
Decida en dejarlo plantado, me di la vuelta con intenciones de dejarlo. Más él nuevamente me siguió los pasos.
Lo aguanté durante unos cuantos minutos, aunque las ganas de romperle la cara me comían los puños.
—¡Eres tonto o te haces!
—¡Tú estás celosa!— comentó felizmente.
Mi pobre cara se puso de color carmesí, rápidamente me volteé para negarlo todo.
—¡Claro que no idiota egocéntrico!
—Como digas— dijo posando su mano en mi cabeza— y para tu información, pequeña boba, no he vuelto con ella.
La impresión de sus palabras me dejó muda por unos instantes.
—Si claro.
—Como siempre me dices cree lo que quieras— comentó como siempre tranquilo— ¡Quien diría que eres tan celosa pequeña!
—¡Qué no lo soy!
Estuvimos discutiendo hasta muy entrada la tarde.

Capitulo ocho

Aceptación.
Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados una a arrollar, el otro a no ceder; la senda estrecha, inevitable el choque.
—¡Maldición! ¡Me quedé dormida!
Raudamente volé al baño, encendí la regadera para sacarme la modorra del cuerpo. Por alguna extraña razón me sentía inquieta, como si algo muy importante hubiese pasado…
—¡Mierda! — grité en la ducha cuando todos los recuerdos del día anterior volaron a mi mente.
El día anterior las cosas pasaron demasiado rápidas como para asimilarlas por completo.
Para que decirlo, no tenía ganas de ir a mi escuelo. Más si hay algo que la vida nos demuestra a cada instante, es que el mundo no se detiene solo porque tú lo deseas.
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—¡Te gusta!
—¡Qué no!
—¡Admítelo!
Luego de salir corriendo de donde Antonio, llegué a la sala de Katte. Unas ganas inmensas de llorar me embargaban. Ella miró mi rostro, arregló sus cosas y me dejó en su casa.
Allí estuve durante un largo rato sin hablar. Katte me dejó tranquila, retirándose a la cocina a preparar el almuerzo.
—¿Aún algo shockeada?— preguntó desde allí.
Como tantas veces no supe que responderle.
Pasé mi mirada por el living, con la mente revuelta de distintos recuerdos, emociones y dudas. Hundí mi barbilla entre mis dedos, demasiada confundida hasta como para sentirme en shock.
—Supongo— exclamé solo por decir algo.
—Entiendo— ella tomó asiento a mi lado— debe ser una fuerte impresión, darte cuenta que te gusta Antonio justamente el día que se te declaró.
Nuevamente el carmesí inundó mis mejillas.
—¡Mentira! ¡Como osas decir semejante tontería!— la tomé de los hombros con decisión— ¡Ni se te ocurra decirlo otra vez!
—Aún no te veo.
—¡Veo qué!
—Niégamelo, dime que no sientes nada por él.
Desvié la mirada molesta, soltándola del agarre en que estaba.
—¡Eso! ¡Eso no significa nada!
—Como digas— Katte tomó un poco de agua, tranquilamente mientras yo me revolvía— te escucho.
Le conté todo lo sucedido con pelos y señales. Ella escuchó todo con paciencia.
—¡Y ahora no sé que hacer!
—Primero— dijo sacando un pañuelo, secándome el rostro— si quieres llorar hazlo.
—¡Detesto llorar!— exclamé sintiendo como me traicionaban las malditas— ¡Lo detesto!
—Segundo… ¿qué sientes?
¿Qué siento? ¿Mis sentimientos?
Aunque las lágrimas seguían brotando sin poder contenerlas, me quedé pensando en la última pregunta de Katte.
—En cuanto sepas eso todo será más fácil.
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—¿Qué siento?
Aún podía escuchar las palabras de Katte, arrastradas por el viento de otoño. Estaba camino al colegio, intentando mostrar una cara de póquer, de que nada pasaba por mi mente.
Llegué a la sala casi corriendo, con las mejillas rojas.
Revolví todos los rincones de la sala, Antonio no estaba en ninguna parte. Solté un tremendo suspiro… definitivamente aún no estaba lista para enfrentarlo.
—¡Qué demonios pasó ayer!
Ese grito me llegó de sorpresa, el rostro de él no era nada de sereno. Me tomó del antebrazo dejándome en mi puesto.
¡Hay no! ¡Y recién acabo de llegar!
—Nada importante Felipe— mentí descaradamente.
—Tú a mí no me engañas.
Me mordí los labios, nerviosa hasta más no poder. Él al ver este gesto se relajó durante un momento.
—Vale si no quieres hablar es cosa tuya— cruzó los brazos sobre su pecho—solo ten claro algo...
—Dime…
—Estaré allí pase lo que pase.
Casi como si supiese todo. Como si de alguna manera pudiese leerme la mente. Me arrebujé a su lado como todos los días. Él acarició mi cabello por largo rato.
Al menos estaba segura de que esto nunca cambiaría.
—Gracias
—Por nada.
Antonio no se apareció en todo el día.
Y fatalmente yo lo extrañé cada segundo del día…
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Caminaba a casa. Decidí irme sola para ordenar mis ideas. Katte solo me sonrió cuando le comenté sobre eso.
—Será lo mejor—me sonrió para animarme.
—¿De veras? ¿Estarás…?
Ella me irrumpió, callándome con el dedo índice de su mano.
—Preocúpate por ti ahora.
Sonrió y se alejo calle arriba.
Y ahora estaba en el parque. Saqué la bufanda de mi bolso, para abrigarme. El verano había terminado hace algunas semanas, y el otoño aparecía ante mí. Las hojas formaban una alfombra de polvo de oro, los árboles mostraban su ocre, dorado, castaño… tantos matices.
—Siempre amaré el otoño… es mucho más rico en matices que cualquier estación.
Me senté en un banco, sintiéndome mas tranquila con la brisa de otoño.
—Conozco a Antonio desde hace tanto tiempo… quizá demasiado tiempo.
Los recuerdos no tardaron en aparecer.
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—¡Es él!
—¿De veras?
Mi amiga señalaba a un sujeto alto y delgado. Solo podía observar su espalda desde esa distancia.
—Entonces, él te rechazó.
—¡Si él es el idiota!
—¡Qué se ha creído!—bramé furiosa—le daré una paliza que no olvidará
—Espera… Angélica.
Pero mi amiga quedó atrás. La había escuchado con paciencia todos los días, la alenté a seguir con sus planes… y ahora este imbécil se reía en su cara de sus sentimientos. Eso era el colmo.
—¡Hey tú!— exclamé encarándolo a punto de golpearlo.
—Dime.
El sujeto se dio la media vuelta. Unos ojos azules me enfrentaron. Al parecer ni siquiera intuía el porque de mi ira.
—¡Eres un…!
Más antes de empapelarlo en insultos, una mano blanca y delicada cubrió mi rostro.
—¡Antonio! Ella es Angélica… mi amiga.
Esa mano bajo de mi rostro, y la mirada de ella me indico que me callara. Entonces sonreí falsamente diciéndole.
—Mucho gusto.
—El placer es todo mío— sonrió él— que niña tan tierna— exclamó tocando una de mis mejillas.
Esto era el colmo. De un manotazo aleje su mano de mi rostro.
—No me toques sin mi permiso— me di la vuelta y me fui.
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Terminé riéndome de mi misma. Es increíble como el tiempo se enreda, y te da pequeñas lecciones.
Seguramente él jamás le rompió el corazón a nadie… pero se lo rompió a Alejandra.
Suspiré melancólica. Y más recuerdos se sumaron a la lista.
Como cuando me regalaba una sonrisa para animarme. Cuando peleábamos infantilmente intentando superar al otro. Cantando canciones desafinadas de animé.
Cuando me ayudó con Armando… animándome incluso en tonterías
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—¡Lloraré!
Antonio se acercó a mí, rodeándome con un abrazo fraternal.
—¿Qué paso ahora?
—Mira— señalé un cartel a nuestro lado—¡Es un concurso de literatura! ¡Y solo por un tonto año no podré participar!
Realicé un berrinche digno de una chiquilla de cuatro años. Antonio se hecho a reír mientras seguíamos caminando. En medio de eso, me calme y pude razonar un poco mejor.
—¡Lo haré el próximo año! ¡Pobre de aquel juez que no me nombre ganadora!
—Si temen por su integridad física lo harán, aunque tú no necesitas eso.
—Gracias Antonio— dije sonriéndole.
—Y mejor te suelto porque me pongo nervioso—soltó medio en broma medio en serio.
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—Tonto—sonreí— aunque quizá yo sea más boba que él.
Él estuvo a mi lado en todo momento, y ahora solo por el hecho de faltar, sentía que algo no encajaba, como si una pieza de mi día estuviese incompleta
De alguna manera Antonio siempre estaba a mi lado, y aunque a mí me costara todo mi orgullo aceptarlo… lo necesitaba, muchísimo más de lo que podía ver en ese momento.

Capitulo siete

Quiebre
Es solo un pequeño enamoramiento
No es como si me desmayara cada vez que te veo
A veces cuando sufres de una gran impresión, hablas sin parar intentando una explicación lógica. Otras personas se pasean en círculos, mordiéndose los labios denotando nerviosismo.
Y hay otras personas como yo, que solo atinan a quedarse congeladas, como si el tiempo no transcurriese.
¿Conocen la película el Gran Pez? Eso es lo que me sucedió. El tiempo anduvo de manera demasiado lento, y luego para compensarlo corrió velozmente para equiparar lo perdido.
Supongo que pude decirle muchas cosas. Quizá reírme, esa posibilidad se barajó en mi mente, pero la seguridad en sus palabras no daban a entender que era una broma pesada.
También enfadarme, pero en sus ojos azules solo encontré esa sinceridad, que yo jamás vi en reflejadas en otra persona… ahora parecían tener otro detalle. Yo estaba retratada en su pupila azul y no sé porque razón, aquello me hizo sentir inmensamente feliz.
“Concéntrate Angélica… ¡Di algo coherente!”
Algo comenzó a encajarse en mi mente. Como una especie de puzzle cada pieza encajó en su lugar.
Situaciones, palabras, simples gestos… todo de manera sorprendente ahora tenía sentido, lo cual hizo que saltara de donde estaba sentada.
Sobre todo, algo sucedido en la semana pasada, resaltó en medio de aquellos recuerdos revueltos.
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Salí hecha polvo de la clase de educación física. ¿Qué clase de monstruo dice que el ejercicio físico, es provechoso para la gente joven?
Tomé mi mochila, arrastrándola por el suelo dejando una suave estela de polvo en el piso. Esperaba a Katte en el vestíbulo del colegio, donde se suponía ella estaría esperándome.
En vez de su figura, Antonio apareció entre la muchedumbre.
—¿Tú?— enarqué la ceja.
—Alejandra aún no sale.
—Entiendo… ¿has visto…?
Más antes de que pudiese incluso hablarle, unos conocidos míos me saludaron efusivamente. Les sonreía amablemente, eran los chicos con quienes tenía un pequeño taller.
Durante todo ese tiempo, Antonio se mantuvo al margen, poniendo una cara de evidente fastidio. Luego los chicos se retiraron, dejándome una amplia sonrisa en el rostro.
—¿Por qué siempre estas rodeada de gente? No tienes idea de cuanto fastidia eso.
—¿Ah? ¿De qué rayos estás hablando?
—¡De eso! Uno intenta hablar contigo, pero siempre estas rodeada de gente— bufó.— Siempre tan despistada.
—Si no te conociera juraría que son celos— lo molesté. La intensidad de su mirada luego de mi comentario, solo logró que tuviese ganas de tirarme al pozo más cercano.
—Insisto… eres despistada hasta decir basta.
Luego se fue sin decir nada más.
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Seguí en pie mordiéndome los labios. Era la primera vez que un chico decía eso sobre mí. Y realmente no tenía idea que decir, ni mucho menos que sentir.
Un espasmo recorrió mi cuerpo, y de la nada me fue imposible sostenerle la mirada.
Un rubor incontrolable se apoderó de mi cara, así que agaché la vista para que el pelo cubriese mi cara.
—¿Sabes qué es la primera vez que alguien me dice eso? ¿Y que eres especial solo por eso?
¡Qué! ¡Trágame tierra por lo que mas quieras! ¡De donde carajo salieron esas palabras! Otro rubor se sumó a mi pobre cara, que ya no podía estar más roja.
—Lo sé.
¿Por qué tiene que ser él quien conserve la calma? Es Antonio, y no yo quien se acaba de declarar. Subí la mirada, estaba totalmente calmado, como quien habla del clima.
—¿Por qué?— pregunté con ganas de quitarle esa cara de tranquilidad.
—¿Qué?— exclamó riéndose.
Demonios, mas encima haría que lo dijese en voz alta. Desvié el rostro para decirle, nuevamente con la cara rojísima las siguientes palabras.
—Eso… es decir, mírame— me señalé— no soy la gran cosa…
Antonio en ese momento me corrió la cara, obligándome a fijarme nuevamente en sus orbes azules.
—No se te ocurra decir eso de nuevo, al menos no enfrente de mí.
Mi corazón voló a mi garganta al oírle decir eso.
—Independiente de todo, es cosa mía— comentó quitándole la magia del momento.
—Siempre arruinas todo ¿verdad?
—No por decirte eso, mi manera de ser cambiará.
Y realmente deseaba que no cambiara nunca. A pesar de todos los problemas que se avecinaban por sus palabras, sonreí tímidamente… para luego ambos terminar en carcajadas.
—Ojala todo termine así. Todos podamos reírnos de esto.
Él se quedó mirándome con visible admiración.
—Esperaba muchas reacciones, menos esta.
—Ah, es que soy genial
—¡Tonta!— nuevamente nos reímos juntos— ¿Te llevo a tu casa?
Dudé por un momento. Luego decidí que las cosas no debían cambiar, por esas palabras… bueno al menos lo intentaría.
—Debo esperar a Katte.
—Te acompaño.
Continuamos caminando un rato por el liceo. Conversamos de muchas cosas, hasta que a mí se me salio una pregunta… algo bastante incomoda.
—¿Por qué terminaste con Alejandra?
—No te parece suficiente.
—Lo es… pero de todas maneras— volví a sentir esos nervios— es decir…
—Era lo que debía hacer.
Él volvió a hundirse en silencio. Luego algo atribulado dijo como si nada.
—Aparte es desagradable besar a alguien, y pensar en otra persona.
Lo miré algo bastante enfadada. Su cara parecía plagada de sinceridad.
—Demasiado cruel… ahórrate los detalles.
Desvié la mirada intentando ordenar mis desordenadas y confusas ideas.
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Seguimos en silencio. Luego algo muy parecido a un presentimiento recorrió mi espalda. Me di la vuelta y Alejandra apareció de la nada.
Me miraba con ganas de matarme. Nunca me intimido tanto una mirada en toda mi vida.
Llegó con un objeto en sus manos. Se acercó a Antonio tomándolo del brazo y mirándole con rabia.
—¿Qué pasa?— preguntó sin mucha expresión.
—¿Viste a tu primo? Tengo que entregarle esto.
¿Me estaba tomando el pelo verdad? no era muy buena creando excusas.
—Si quieres pásamelo.
—No descuida que también me quedo.— respondió con desafío.
Estuvieron un rato retándose con la mirada. Luego Alejandra cortó la batalla, para acercarse a mí. Acto seguido Antonio se interpuso entre ella y yo.
A ella se le descompuso el rostro al ver este gesto. Casi como si pudiese leerme los pensamientos, como si hubiese escuchado las palabras de él al declararse.
—¡Te odio!— vocifero echa una furia— ¡Como no te lo puedes imaginar!
Dentro de esa declaración llena de odio, pude vislumbrar una tristeza profunda que la embargaba, envenenándole la mente y el alma.
No pude mirarle el rostro, dándome la vuelta para no seguir mirando esa expresión.
Sin necesidad de mirar atrás, sentí como dio la media vuelta para perderse entre la multitud.
Sentí como el peso del mundo cayese en mi cabeza. La palabra culpable se pegó en mi mente, idéntica a una quemadura a carne viva.
Unas lágrimas traicioneras me cayeron por las mejillas.
Pensé que estaba sola, lo más lógico es que Antonio fuese a buscarla… me sentí peor gracias a eso.
Tomé aire para echar un vistazo a mi espalda, no había nadie. Me tiré sobre una banca cercana, con intenciones de no moverme nunca más.
En eso, él apareció en frente de mí. Con una expresión plagada de pena, y lo que era peor de compasión para mí. Tenía un pañuelo en sus manos… y una extraña mezcla de ternura y enojo inundo mi ser.
—¡Qué haces imbécil! ¡Ve por ella!— grité en medio de esa confusión de sentimientos— y no me mires con esa cara porque…
Me alzó en medio de mis gritos, para abrazarme con mucha fuerza. Quise liberarme de este, más él no lo permitió.
—Lo siento— exclamó con voz queda— lo siento por todo.
Nuevamente mi cara era un tomate vivo. Mi corazón era un verdadero caos, una tormenta imposible de frenar. Algo dentro de mí, que estaba escondido en las penumbras de mi inconciencia salio a flote… y la culpabilidad volvió a bullir con fuerza incontenible.
—Detesto esto, no tienes ni idea de cuanto detesto todo esto.
Antonio en ese momento me soltó. Yo me alejé de él como pude, con todo mi cuerpo aun percibiendo su calor.
—Me iré con Katte…
—Te iré a dejar.
—No es necesario.
Necesitaba alejarme de él, poner la cabeza en frío y pensar las cosas. Aún sentía el caos dentro de mi corazón, imbatible y al parecer no se detendría con facilidad.
—Cuídate Ange… y lo siento.
—No hay problema.
Se acercó para despedirse con un beso en mi frente, mas lo detuve. Su cercanía me ponía demasiado nerviosa. Acerqué mi mano derecha con algo de humor.
—Mejor así.
Nos tomamos las manos en un apretón fuerte. Luego intenté alejarme pero entrelazó sus dedos con mis manos. Volví a sentir ese nudo en la garganta y solo atiné a correr.

Capitulo seis

Al revés
“A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.”Oscar Wilde
—Mira tú no me agradas, yo no te agrado, pero si no me ayudas… buscaré un lugar para enterrarte y jamás veras la luz del sol.
Tomé el famoso aparato entre mis dedos. La botella, con dos alambres en cuyos extremos tenía papel metálico, debía repelerse si le acercaba algo cargado con energía estática. Más este permaneció inalterable.
—¡Ríndete cosa espantosa! ¡Funciona de una buena vez!
El aparato se movió con lentitud espantosa. Abrí los ojos con desmesurada esperanza, para luego cambiar mi expresión por una de decepción tremenda…
—¡Como quieras! — refunfuñe metiéndolo en el fondo de mi bolso.
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Mi mejor amiga como siempre, me esperaba en la esquina de la calle.
Yo llegué con unas tremendas ojeras. No había dormido desde hace unas cuantas horas, pero me sentía morir. El rostro de ella tampoco mostraba signos de pasar una buena noche.
—¿Lograste que funcionara?— repliqué con la voz cansada.
—Para nada— estuve a punto de estrellarme en contra de la pared más cercana— pero alguien de mi curso me debe un favor.
—Es fácil para ti Katte, tu curso esta lleno de físicos, para los cuales hacer esto es un juego de niños— realicé un puchero, el cual logró hacerla reír— ¿Qué haré yo?
—Angélica descuida Felipe puede repararlo… ahora cuéntame de nuevo eso de ayer.
Desvié le mirada. Ya comenzaba a arrepentirme de esa llamada telefónica.
Desesperada como estaba la noche anterior, terminé comunicándome con Katte para pedirle ayuda. De la nada terminé narrándole todo lo sucedido durante el día.
Ella casi dio por alto lo pasado con Armando, lo único que hizo fue bombardearme con preguntas acerca de Antonio.
Tenía una absurda teoría de que tanto él como yo estábamos enamorados uno del otro.
¡Qué tontería! Yo no estaría con él aunque fuese el último sujeto en la Tierra.
—En que idioma te lo explico— agarré aire con seguridad— Antonio no está ni estará enamorado de mí.
—Luego me dicen tonta a mí— murmuró entre dientes.
—¿Qué dijiste?
El rostro de ella evidencio un creciente enfado. La miré sin entender que demonios estaba pasando. La chica me sostuvo la mirada miel con enojo y después soltó:
—¡Lo que escuchaste!— Ella gritó con fuerza inusitada - ¡Eres una tonta Angélica!
Katte avanzó entre la multitud, demasiado molesta hasta para explicarme que le había sucedido.
Yo me quedé largo rato parada en la acera sin entender que moquito la picó.
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Llegué a la sala con gesto de desolación. El rostro de Katte me perseguía como una sombra. Lo único que quería era entenderla.
Era muy extraño verla enfadada. Y a mí me rasgaba el alma que se fuese así, sin siquiera querer explicarme. Como si de repente, mi presencia le fuese intolerable.
Me detuve sin pensar en mi puesto, sacando el aparto con lentitud. Casi quise reírme, pensando que en la mañana este era mi problema más serio. Ahora se me hacía una tontería sin sentido.
Lo miré ahora sin rencor, intentando que mi cerebro hiciese una conexión milagrosa y pudiese repararlo para que funcionase.
—Hola Angélica— una voz al parecer quería sacarme de mi mutismo.
Despegué la mirada de la extraña botella, para recaer en una cabellera ondulada de color negro.
—¿Ignacio?— pregunté algo dudosa.
Desde la vez que no respondí sus dudas, pensé que jamás se aproximaría a mí de nuevo. Y mucho menos con ese gesto de cordialidad, de tanta alegría que estaba en su rostro. Era la sonrisa mas sincera que alguna vez vi en mi vida.
—No sé si ese es un saludo… pero si soy yo— exclamó con tono hilarante, a lo cual respondí con una sonrisa algo apagada. —Entiendo esa cosa no funciona por eso la cara larga.
Lo contemplé algo extrañada. ¿Desde cuando Ignacio se interesaba en mi desempeño escolar?
—Pues… si diste en el clavo, no funciona— le respondí aún extrañada por su conducta.
—Descuida yo lo arreglo.
Realizó un ademán de tomar el objeto entre sus manos, pero yo recelosa lo saqué antes que pudiese sacarlo.
—No te pedí que lo hicieras.
—De todas maneras lo haré.
Tomó el objeto entre sus dedos, y se fue sin que yo pudiese reclamarle. Lo observé marcharse a su puesto, para trabajar con muchas ganas en mi proyecto.
Mi cara debía de tener un enorme gesto de duda impreso en la frente, porque cuando Antonio se aproximó a su puesto, me observó asustado.
—¿Qué pasó?— Se aproximó preocupado. — ¿Ese imbécil te dijo algo malo? – señaló con evidente molestia.
—No… para nada— titubee, luego el tono de su voz me alertó— y si me hubiese dicho algo malo, yo puedo defenderme sola— solté molesta.
—Como digas— respondió con tono enfadado, largándose a su puesto.
Casi como un niño haciendo berrinche inútil.
— ¡Qué sucede ahora!
—No pasa nada… lo que sucede es que eres una tonta— dijo él usando las mismas palabras de Katte.
Definitivamente todos estaban volviéndose locos. Primero Katte, luego Ignacio y ahora este idiota… ¿Qué seguía ahora? ¿Felipe con malas pulgas? ¿Victoria sin ganas de hablarme? ¿Alejandra odiándome sin sentido?
Seguramente todo fue culpa de la mala suerte. O del azar quien sabe.
Pero Alejandra cruzó el umbral de la puerta de la sala, con gestos que solo se pueden definir como los de una muerta viviente.
Su mirada estaba vacía, como si la energía vital hubiese sido arrancada de golpe de su cuerpo. Tomó asiento, miró hacia mi rostro, y un espeluznante gesto se formó en su cara, dedicándome una verdadera mirada de odio.
Me asusté. Siempre me han mirado con gesto de molestia debido a mi carácter… pero nunca antes me miraron de esa manera haciendo valido el dicho, si las miradas matasen.
—Definitivamente todos están locos— saqué el delantal de mi bolso, sintiéndome miserable sin saber por qué.
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La campana sonó para irnos a recreo. Esperé con ansias la llegada de mi mejor amiga, pero ni rastro de su presencia.
A mí lado, sentado y también esperando la aparición de Katte, Felipe me dirigió una mirada de comprensión.
— ¿Entonces no le dijiste nada? – repitió por enésima vez.
—No… supongo.
Él me atrajo con un brazo, reconfortándome en su pecho.
—Esas cosas pasan, es cosa de tiempo tonta.
—¿Podrías dejar de decirme así?— Solté con amargura— he escuchado esa palabra toda la mañana. Terminaré por creerlo.
Ambos nos reímos con ganas. Gracias a este gesto pude sentirme mejor. Él poseía esa extraña magia de hacerme sentir bien, sin importar que hubiese pasado.
—De todas maneras tengo que irme.
—¿Irte?
—Si, no me perderé el recreo… y aparte vienen a hacerte compañía.
Señaló con su mano a Ignacio, quien se acercaba a nosotros con el proyecto listo, y lo más maravilloso de todo, estaba funcionando. Felipe me guiñó el ojo, saliendo de la sala en compañía de Victoria.
—¡Está listo!— una voz llena de energía retumbo en mi oído.
Luego tomo asiento a mí lado, mostrándome con muchísimo orgullo, el objeto funcionando en todo su esplendor. Nuevamente me perdí en su sonrisa… ¿Por qué nunca la miré antes? Posiblemente porque jamás nos hablamos de tan cerca.
—Si ya lo veo… pues…— estaba a punto de darle las gracias, pero él me irrumpió
—No te preocupes, espero puedas… tú sabes— comenzó mirando el suelo, sin atreverse a mirarme a la cara.
—¿Qué?— Pregunté, luego el entendimiento llegó— Por supuesto, quieres un favor— mascullé bastante decepcionada.
¡Tonta! Estaba a punto de caer en una de las trampas más viejas del mundo. Y yo pensando que él de veras lo hacía por ayudar.
—¡No es eso!... vine a disculparme por lo del otro día. Lucías algo enfadada y creo que con justa razón— me explicó— siempre me acerco a ti solo para pedirte ayuda.
—Vaya…— susurré con la cara roja por la vergüenza— entonces estamos a mano.
Otra sonrisa deslumbrante se formó en su rostro moreno. ¡Cielos que bonita! Pensé algo aturdida.
—Gracias Angélica— me tomó de las manos, transmitiendo un extraño calor a mis siempre helados dedos— te veo luego.
Me quedé sentada, mirando el aparato funcionar en todo su esplendor. Bueno al parecer podría aprobar física, gracias a la bondad recién descubierta en Ignacio
—No alcancé a decirle gracias— pensé en voz alta.
Una tos, proveniente del puesto de Antonio, irrumpió mi pensamiento.
—¿Celoso?— me burlé, lista para otro ataque verbal.
Sorprendentemente él no reaccionó. Solo desvió su mirada de la mía.
Antes de siquiera poder preguntarle algo, otra figura entró a mi sala, restándole atención al evidente enfado de Antonio. Felipe regreso con gesto muy ufano en el rostro.
—Ves te lo dije— sonrío satisfecho. Victoria lo acompañaba y también se unió a su gesto.
—¿Qué les pasa a ustedes?
—Nada— canturreó él con burla— ¡Vaya! Esto funciona de maravilla – continuo desviando el tema.
Preferí no preguntar. Felipe se caracterizaba por recalcar que todos los hombres que se acercaban a mí, ya sea por uno u otro motivo, lo hacían con segundas intenciones. Sabía perfectamente que estaba pensando, más no le di importancia. Continué mirando el rostro sin expresión de Alejandra, y el enfado en el de Antonio, preguntándome que demonios les pasó. Entonces ella con gestos algo cortados, se levantó de su puesto, dejándolo solo.
Dejé a mis amigos, mientras comparaban sus respectivos proyectos. Con tranquilidad me senté al lado de Antonio, en son de establecer una tregua.
—¿Qué sucede ahora?— repliqué en tono conciliador.
—¿Acaso estás preocupada?— dijo sin malicia en su voz.
Algo muy parecido al rubor cubrió mis mejillas. Desvié la mirada para decirle con tono despreocupado.
—Me ayudaste con lo sucedido con Armando… y nunca me ha gustado deberle nada a nadie— contesté dándome la vuelta para mirarlo.
Una especie de extraña sonrisa se formó en su rostro. Luego deslizo los dedos por su cabellera castaña.
—¿Tienes tiempo después de clases? El cuento es algo largo.
Miré perpleja su rostro, en busca de alguna burla. Nada de eso encontré, solo esa mirada llena de sinceridad, la cual pocas veces había logrado captar en sus ojos azules.
—Supongo… entonces ¿No estás enojado conmigo?
—Quizá sea algo mucho más complejo que un simple enfado.
Cuando el dijo esa frase, no sé porque extraña razón, el rostro sin vida de Alejandra relampagueó en mi mente.
—¿Qué le hiciste a ella? – inquirí con voz dura.
—Ella también es parte del cuento.
Antonio dio por finalizada la conversación, cruzándose de brazos con la mirada perdida. Aun extrañada, salí del asiento de Alejandra para encaminarme al mío.
Apenas llegué a mi puesto, mi amigo estaba instalado en el suyo. Sus ojos estaban clavados por donde Alejandra se retiró.
—¿Sabes que le pasa a ella?
—Ni la más remota idea, este día cada vez se pone más raro.
—¿Por qué dices eso?
—Antonio quiere hablarme después de clases.
—¿Te dijo para qué?
—Por supuesto— ironicé— me explico todo con sumo detalle.
—Entiendo— susurró— ¿Estará relacionado con Alejandra?
—Seguramente, debió meter las patas hasta el fondo, y ahora no sabe que hacer…
Claro, como no. Yo era la consejera de medio mundo, una de las mejores amigas de ella. ¿Acaso podía ser otra cosa?
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La campana para salir de clases, sonó con un bullicio más fuerte que otros días. Era seguramente porque en mi mente, se albergaba la esperanza de que Katte regresaría para explicarme que le pasaba.
Nada de eso pasó. El dintel de la puerta, estaba repleto de alumnos que salían como poseídos por la magia de la campana.
Suspiré. No pensaba irme a casa. Mucho menos con todo lo acontecido.
La esperaría, y tarde o temprano ella terminaría contándome que le pasaba.
Tomé mis cosas. Mientras hacía esto recordé las palabras de Antonio, mas él parecía ocupado hablando con Alejandra. Ella lucía un poco más viva, incluso su cara estaba mucho más repuesta, suspiré con algo de alegría.
Un problema menos entonces, pensé optimista, ellos se arreglarían y todo seguiría como antes. Eso significaba que él, no necesitaría mi ayuda.
Encaminé mis pasos hacia las escaleras. Pensaba si era mejor esperar a mi amiga en el interior del recinto. O quizá interceptarla camino a casa, para que no pudiese escapar.
Es verdaderamente misterioso como actúa el destino. Quizá si en ese momento me hubiese ido camino a casa… está historia nunca sería contada.
Fui rumbo al baño, dispuesta a esperar que el tiempo transcurriese con paciencia. Más una mano me tomo por el hombro.
—Angélica… ¿Tienes tiempo ahora?
Reconocí su voz sin voltearme, era Antonio. Me di la vuelta, descompuse el gesto al ver que Alejandra no lo acompañaba. Tampoco su cara era conciliadora.
—Claro.
Caminamos en silencio dirigiéndonos al fondo del patio. Me senté en una cerca de color blanca carcomida por el tiempo, mirándolo a los ojos. Antonio parecía demasiado nervioso.
— ¿Quieres sentarte?
—No… es decir, no gracias.
¿Antonio titubeando? Algo demasiado extraño le sucedía. Un extraño carmín se formó en sus mejillas, no podía dejar su mirada quieta en ningún lado.
—¿Qué te pasa?
Tomó aliento por unos momentos. Temeroso, con el labio temblando… por primera vez lucia vulnerable. Yo apenas podía creer la escena que se mostraba ante mis ojos.
Luego con todo el aplomo posible, dijo con lentitud espantosa:
—Terminé con Alejandra
—¡Qué! ¡Eres un completo tonto Antonio! ¡Ahora entiendo su reacción en la mañana!...
Pensaba seguir empapelándolo a insultos, pero sus ojos azules nuevamente me detuvieron en seco. Nuevamente el comentario que le hice a Felipe se cruzó por mi mente. Me mordí los labios para no seguir insultándolo.
—Está bien… ¿Necesitas ayuda?
Él frunció el ceño algo confundido, luego al parecer comprendió mi comentario. Una media sonrisa se formó en su rostro.
—No, no era por eso. Es solo qué.
Pasaron algunos minutos en silencio. No lograba entender que pasaba, pero entonces Antonio se aproximo a mí, a paso decisivo. Volvió a tomar aire y exclamó.
—Mi problema eres tú. Me gustas… me gustas mucho