Entre desastre y tranquilidad.
Cuando tocas mi piel, yo puedo oler el desastre
Me encerré en mi pieza con la cabeza dándome vueltas de manera aterradora. No sabía como de repente las cosas habían terminado así de esa manera… que no era ni buena ni tampoco mala.
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Quedé estática enfrentando la dura mirada de Felipe. Él retiró su vista de mis ojos, tragó saliva y dijo:
—Deberías ir con ellas. Será lo mejor.
Salió de la sala, con una mirada aún apenada.
Sentía que no debía ir con Victoria y Katte. Seguramente pensaban lo peor de mí, luego de la hosca mirada de Felipe.
Suspiré intentando darme valor. Tendría que reparar las cosas luego con mi mejor amigo. Ahora resolvería lo ocurrido con las chicas.
Con el ánimo un poco más arriba, tomé aire y decidí encaminarme hacia donde me esperaban.
Aunque anhelaba poder salir arrancado de aquella situación. Ella estaban en su derecho de estar molestas, eso era verdad. Pero también sentía que me estaban presionando de una manera atroz. Agité la cabeza, no podía ser tan egoísta y no pensar en ellas.
Y sin casi darme cuenta llegué a la parte posterior de mi liceo, el cual era como un pequeño, modesto pero aún así bonito jardín. Era un lugar bastante pacifico y solitario. Cuando observé el pequeño paraje, recordé porque lo evitaba como la peste. Me llegó de golpe la nostalgia por Antonio, era uno de los tantos lugares donde yo había descubierto la felicidad a su lado.
—Apareciste— dijo Katte sin ninguna emoción. Sus palabras me devolvieron abruptamente a la realidad.
—Claro…— repliqué un poco cortada.
Victoria en cambio no podía sostenerme la mirada.
—Angélica… te pido— susurró— no, eso no. Te exijo saber que demonios te pasa ¿qué acaso no somos amigas?
Si claro que lo éramos. Pero una voz en mi mente me repetía constantemente que yo nada malo había hecho.
Que si fuera una amiga me daría tiempo de explicar lo sucedido. Volví a agitar mi cabeza, mordiéndome la boca para no decir esa calamidad.
—¡Como pudiste!— me recriminó con ira, totalmente enfadada.
Quise defenderme. Decir algo para poder reparar lo sucedido. Me detenía el hecho de que Katte aun me miraba con desprecio y que aún escuchaba esa maldita voz en mi cabeza.
—No puedo creer que hayas sido tan cruel— dijo mi mejor amiga con la voz quebrada.
—¿Realmente no me van a escuchar?— escupí de la nada.
Y ninguna de las dos fue capaz de de responderme.
Esa ira contenida explotó de la peor forma. Era injustificada lo reconozco pero aún así dejé que me controlara por completo. Sentí como comenzaba a empañar la vista.
—Para su maldita información no lo besé.
Amabas me miraron con sorpresa. Su reacción me dolió en el alma. Ese gesto me había recordado de manera brutal a Alejandra.
—La verdad es que no te creo. No puedo hacerlo.
Las palabras que pronunció Katte terminaron por exasperarme. Apreté los puños, furiosa y apenada.
—Me largo— sentencié largándome de aquel lugar.
Ninguna de ellas se atrevió a seguirme. Me encaminé hacia mi casa, intentando no llorar como condenada.
Observé la calle. Si al menos estaba por romper a llorar, no quería que ningún conocido me viese en ese estado. Y casi como invocando a la mala suerte… los vi.
Me oculté por puro instinto, detrás de un kiosco cercano.
—¡Qué hago!— me dije— comportarme como una tonta. Eso es lo que hago.
A pesar de eso seguí en ese lugar. Mientras tanto Antonio dejó a Alejandra en el bus. Se despidieron de manera dulce y algo exagerada. Tanta que incluso pensé que me darían arcadas.
Yo siempre sería una intrusa, dentro de esa felicidad ajena. Nunca debí intentar algo con él. Las lágrimas volvieron a reaparecer en mi rostro. Me las sequé con el dorso de la mano. Volví a mirar el paradero de buses. Ahora estaba vació.
Retomé mis pasos para dirigirme a casa. Eso si tomando otro camino, para evitar por cualquier motivo tener alguna excusa para toparme con Antonio.
Mas nuevamente cada rincón de la ciudad gritaba su nombre. Me estremecí sorprendida por mi capacidad de quererlo a pesar de cualquier cosa.
—¿Tienes frió?— preguntó una voz detrás de mí.
Pegué un salto dándome la vuelta. Era Antonio.
Y yo no tenía humor para creerle su parada de buen samaritano.
—¿Tú eres sicópata o qué?
—No fui yo quien se ocultó detrás de un kiosco apenas me miró.
Apreté la boca, sin saber que decirle.
—Largate, no tienes nada que hacer.
—No me has respondido… ¿Qué te pasó?
Hizo un ademán de acercarse a mí, pero yo retrocedí molesta.
—Nada que te importe.
—¿Acaso lloras por…?
—¡No grandísimo inepto!— grité furiosa— escucha y grabalo bien, aunque no creo que tengas cerebro para eso. Mi vida ¡No gira en torno a la tuya! Tengo mis problemas, los cuales no te incumben.
Él se quedó en silencio luego de mis gritos. Yo me quedé quieta, sin quitarle la mirada del rostro. Esperando ¿qué estaba esperando? No lo sabía…
Entonces él se movió con rapidez. Tomó uno de mis brazos, jalándome hacia él con fuerza. Mientras yo me intentaba liberar de su mano, pero todo inútilmente.
—Aunque no quieras escucharlo… lo siento.
Me paralicé en sus brazos por completo. Antonio notó eso y acarició mi cabeza con ternura. Terminé sin querer acomodada en su amplio pecho, escuchando los latidos rápidos de su corazón. Los cuales se sincronizaban con los míos. Y nuevamente terminé sorprendida.
—Gracias por permitirme quererme. Lamento en el alma hacerte daño.
Se me fue la ira en contra de él de súbito. Quise no creerle, pero el tono de su voz era sincero.
—¿Lo dices en serio?
—Muy en serio.
Volví a llorar sin darme cuenta.
—Tranquila— me acunó.
—Ya te dije que no lloraba por ti— saqué la cabeza de su pecho— tengo vida, te lo repito.
—Esa es mi chica— sonrió y secó mis lagrimas con la punta de sus dedos.
Antonio parecía feliz. Y esa extraña alegría me contagió. Era una ilusa realmente lo había perdonado al instante.
Me solté de su abrazo, lamentándolo a cada segundo. Sabía que después de esto, seguiríamos tan separados como antes. Él volvería con Alejandra, y yo… bueno tendría que arreglar los problemas con las chicas.
—Iré a casa— solté— no te preocupes. Ya te he perdonado. Lo siento por no hablarte pero realmente no quería incomodarte.
Y él sonrió de nuevo. Yo no recordaba cuanto la extrañaba.
—¿Puedo acompañarte?
—No gracias… prefiero caminar sola.
—¿Por qué tus amigos te han dejado salir sola?
Lo miré extrañada.
—La verdad es que quería disculparme de hace tiempo— explicó— pero las chicas te han rodeado de manera casi demente. Intentaba poner un pie cerca de tu metro cuadrado y me fulminaban con la mirada. O sino…
—Si entiendo— sonreí tristemente— me he comportado como una loca estos días. Sobre todo con ellas, y son quien menos lo merecen.
—¿De veras?
—sí— le respondí— ellas se merecen una disculpa… quizá algo más que una disculpa. Bueno me los arreglaré como pueda.
Continué mi camino. Mientras Antonio me seguía por detrás.
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¿Por qué las palabras de Antonio eran las únicas que podían devolverme la razón? ¿Acaso él es la única persona que puede hacerme feliz… de veras?
Resolví a llamar a Katte. Ella estaba más apenada que yo. Me pidió disculpas por todas las palabras que había arrojado.
—Ange actué como una tonta.
—No Katte la única idiota aquí soy yo— la calmé— hablaré mañana con Victoria para arreglar todo este enredo.
—¿Por qué tanta felicidad real?— preguntó ella con bastante tino.
Sonreí por el otro lado de la línea.
—No es nada importante.
La verdad siempre que estaba con Antonio, cada vez que él me tocaba o se acercaba a mí yo podía oler el desastre. Y lo malo era mi adicción hacia esa peligrosa, pero emocionante sensación.
Y aunque él no estuviera a mí lado, me di cuenta que haría cualquier cosa para que no dejara de sonreírme… cualquier cosa.
Continuará.
Nota: prometí acción y cumplí! Ahora sobre lo largo… puedo cumplirlo en otro cap xD. Ojala les guste nos vemos!