miércoles, 26 de enero de 2011

Capitulo tres

Vacaciones… ¿Qué estarás haciendo?
He llegado a sospechar que mi afán de no acordarme, es lo que me tiene enfermo de recuerdos.
Di vueltas en la cama. Las semanas de vacaciones pasaban a un ritmo normal y sin prisa alguna. La brisa del verano era insoportable y no me permitía hacer mi actividad favorita después de escribir.
—¡Odio el calor!— vociferé tirando las tapas y cubriéndome la cara con la sabana.
En eso la puerta de mi pieza se abrió de golpe. Una especie de pequeño bulto callo a mis pies para después trepar por mi cama y…
— ¡Angélica! —Mi hermana pequeña se arrojó sobre mí— ¿Qué haremos hoy?
—Mirar como la hermana duerme… ¿te parece?
—¡Yo quiero jugar! —Andrea cruzó sus pequeños brazos sobre su pecho, haciendo un mohín adorable con sus labios.
Derrotada en mi propio juego…
—¿Desde cuando me manipulas así? Ve a vestirte, ya se me ocurrirá algo.
El largo cabello castaño salió con la puerta, con ademán de victoria. Pegué un amplio suspiro, sacándome la sabana del rostro e intentando buscar mi ropa entre todo mi enorme desorden.
Me pasé la mano por el pelo, para luego deslizarla por mis ojos cansados. ¿Cansados de qué? Me pregunté a mí misma.
Tal vez cansados de huir de mis propios recuerdos…
Sacudí la cabeza rápidamente.
—¡Hoy saldré con Katte!— grité mientras salía de la cama, intentando darme ánimos.
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Había sido un día de lo más agotador. Luego de ordenar mi pieza por completo, que fue una experiencia horrible la cual no se la daría ni a mi peor enemigo, luego intenta entretener a una niñita odiosa de unos seis años.
—¡Vamos hermana sube!
La chiquilla apuntaba con su pequeño dedo un árbol. Pero no uno cualquiera, era el mas alto de todo mi jardín. Aunque ustedes no lo crean, mi higuera era gigantesca. Sus ramas parecían casi llegar al cielo.
Ahora la idea de mi hermana era que yo me subiera a esa cosa, para contemplar todo el paisaje sobre mis hombros
La expresión de mi cara cambio rotundamente, el color blanco cubrió mi semblante por completo… esta bien lo admito, le tengo pánico a las alturas. ¿Acaso creen que de tonta no me subo a las montañas rusas?
—¡Andrea estas loca! — Miré el árbol de la higuera con expresión asustada— ¡Es imposible subir esta cosa! ¡Y mucho menos contigo a mis espaldas!
—Entonces… ¿puedes ir tú? — dijo de manera tierna y angelical.
—¡Qué ganaras si subo esta cosa!
Mi hermana pequeña puso una expresión que se podría definir como cachorro abandonado, luego unas pequeñas lágrimas se formaron en sus ojos miel.
—Olvídalo pequeña— acaricie su cara, secándole las lagrimas de cocodrilo.
—¡Pero yo…! ¡Pero yo quería saber cuanto se ve desde allá arriba!— lloro mas fuerte aún.
—Andrea— intenté calmarla— lo máximo que se ven son todas…
Ahí me corté en seco. Una imagen cruzó por mi mente, primero tímida y después se concreto ante mis ojos cansados.
—¿Qué hermana?— su llanto se detuvo en seco
Pero yo no la escuchaba, mis pies se movían por su propia cuenta. Treparon por el arrugado tronco. Este se sentía rugoso al tacto, como si pasaras los dedos por una tela vieja y carcomida por el tiempo. Unas ramas me golpearon en mi loca subida, mas no me importo.
De alguna manera llegué a la copa del árbol. El viento delicado de la tarde me acaricio el rostro de lleno. El cielo azul del verano se extendía en un hermoso horizonte sin fin. Todas las casas se veían… incluida la casa de Armando.
Con los ojos llenos de esperanza, vislumbré su tejado por un instante incalculable. Luego una especie de sentimiento de enorme tristeza me invadió.
—¿Qué estarás haciendo?— le pregunte al viento, a sabiendas que este no podría responderme.
Pegué un amplio suspiro. Mire hacia arriba donde unos pájaros volaban muy cerca de mi cara. Asustada recordé donde estaba parada.
—¿Qué demonios hago trepada aquí?— pensé furiosa— es solo su casa, eso no significa que ande por aquí.
Me dispuse a bajar, despacio y con calma. Miré al suelo, que ahora lucía más lejano que nunca.
Algo muy parecido a la falta de aire comenzó a ocurrirme. Luego me percaté horrorizada de que no estaba respirando. Intenté tomar aliento cerrando los ojos.
El miedo me paralizó por completo. Quedé colgando en la mitad del árbol, sin saber como demonios bajar. Tampoco podía gritar, tenía la voz estrangulada por el miedo. Y el piso de pronto estaba cada vez mas cerca…
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Una especie de dolor particular me despertó. Abrí los ojos, intentando reconocer el lugar.
No estaba tirada en la acera de la calle, como debía ser. Más bien estaba en una camilla de hospital, con los brazos envueltos en vendas. El olor a medicamentos me golpeo la nariz. Supuse que estaba en el hospital… ¿pero como demonios había llegado?
Intenté recordar mas todo fue en vano. El color blanco del lugar comenzó a bailar frente a mis ojos adormilados que luchaban por abrirse.
—¡Mi cabeza!...— refunfuñe.
Me lleve las manos a la nunca, pero la voz de mi mamá me sobresaltó. Me puse rígida mientras ella luchaba con mis extremidades superiores.
—¡No hagas eso! —bruscamente me bajo los brazos para hundirlos en el colchón.
Gracias a este gesto pude despertar por completo.
La habitación blanca, el olor a suero, las vendas en parte de mi cabeza.
—¡Demonios que pasó! — dije con la voz traposa gracias a la anestesia.
—Caíste del árbol... tu hermana nos llamó— mi padre se inclinó y paso los dedos por la cama.
El poco color que tenían mis mejillas se desvanecieron tras estas palabras.
Había sido demasiado irresponsable, agaché la cabeza sintiéndome culpable.
En eso la puerta de la habitación se abrió con un ruido sordo. Y una voz, muy conocida para mí exclamo:
—¿Ya despertó?
Mi corazón se aceleró de manera impresionante. ¿Qué demonios hace él aquí?...
—Si me parece que esta bien— el alivio en la voz de mi padre fue evidente— muchas gracias por traerla a la casa.
Mi mirada se encontró con unos ojos azules. Antonio solo me miró con gesto de preocupación en su rostro, luego sin grandes palabras se marchó en silencio.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo?— las preguntas se atropellaban por salir de mis labios.
—Él se interpuso en la caída— explicó mamá— debido a eso tus heridas no son tan graves.
No sabía que responder ante tamaña declaración. Estaba aún confundida por los medicamentos, pero sabía que estaba completamente lucida.
Mis padres se despidieron, la hora de visita llegó a su fin. Yo me despedí aun aturdida, no podía creer lo sucedido.
Mientras daba vueltas en la camilla del hospital, una frase se deslizaba como una tela delicada por entre mis pensamientos fugaces.
Me reprendía por haber hecho tamaña locura por alguien que apenas debía enterarse de que existía.
Ahora gracias a mi estupidez, pasaría todo el verano encerrada en la pieza.
Pero este no era mi pensamiento principal. Anhelaba saber como Antonio llegó a mi lado, sin siquiera llamarlo.
Casi como un extraño salvador él me rescató de una caída mucho peor.
Sin poder dormirme, tomé el control remoto. Mis padres no escatimaron en gastos y gracias a esto tenía el beneficio de una habitación privada.
Apenas encendí la televisión, la imagen de Gustavo Cerati apareció frente a mí.
Gracias a Dios y todos los santos, no me perdería de su presentación el Festival.
Sonreí gustosa, en los acordes de la guitarra la canción “Crimen” sonaba casi como un ruego a mi conciencia.
¿Qué otra cosa puedo hacer? Si no olvido moriré
Si no me olvidaba de ese absurdo sentimiento por Armando, seguramente podría morirme… y lo peor es que ahora estaba hablando de manera literal. El cantante seguía deslizando su voz.
Y otro recuerdo se coló por mi mente.
—Es cierto— balbucee en voz baja— Antonio también debe estar escuchando esto.
No era una pregunta, era una afirmación plagada de sinceridad.
—¿Qué demonios hacía cerca de mi casa? ¿Cómo me alcanzo? ¿Me vio desde un principio?
La presentación de Cerati llegaba a su fin. Eran exactamente las doce de la noche cuando pudo bajarse del escenario, entre los gritos de la gente que clamaban por escuchar más clásicos en su guitarra. Suspiré y apagué el televisor.
Con cuidado me recosté en la cama, con mis preguntas dando vueltas por mi cabeza. El efecto narcótico de los tranquilizantes cedía lento, a pesar de eso los ojos se me cerraban solos.
Justamente antes de dormirme, una solo frase cruzó por mi cabeza llena de sedantes.
Tonta yo nunca te dejaré caer
El peso de sus palabras me acompañó durante las largas noches en el hospital.