Formas idiotas para amar:
“La gran verdad es que no eliges ni la persona, ni el lugar, ni el momento para enamorarte”
Armonía
El amor es un misterio. Todo en él son fenómenos a cual más inexplicable; todo en él es ilógico, todo en él es vaguedad y absurdo
¿Vale la pena contar esta historia? Pocas veces me he sentido mas derrumbada. Pero he vivido demasiado tiempo ocultándome bajo un velo de indiferencia como para seguir callada.
Quizá nadie lea estas palabras, quizá jamás te enteres de todo mi sentir hacia ti. A pesar de todo escribiré esta historia.
Tal vez no sea la mejor de todas… pero es nuestra y nunca la olvidaré.
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Encendí mi mp3 intentado buscar alguna buena canción.
Era la mitad de año, para ser exacta de nuestro tercer año, la primavera avanzaba a pasos agigantados. El aire tibio me daba directo en la cara, regalándome esa sensación de paz infinita.
Felipe llegó a mi lado con amplios gestos.
— ¡Angélica! —Chilló en mi oído sin respeto alguno— ¡Despierta!
Enojadísima, tomé el audífono encajándolo más en mi oído con gesto de fastidio. Él me lo quitó de las manos. Seguimos en este juego absurdo como dos niños pequeños que se pelean por un dulce. De un fuerte empellón, lo dejé sentado sobre la silla.
— ¡Bruta!
—Eso le pasa a todos los que me fastidian— le devolví
Él se hundió más en su silla. Yo me senté a su lado donde siempre. Nos desafiamos mutuamente con la mirada.
No duró lo suficiente. A los pocos segundos ambos nos empezamos a reír. Por lo general solo con unos pocos gestos nos perdonábamos todo.
—Vale conseguiste despertarme… ¿Qué sucede?
Con algo de dramatismo, mi mejor amigo comenzó su rutina diaria.
Contarme de sus problemas, de los chismes que se había enterado amplio etcétera.
Ponía especial énfasis en los gestos con sus manos, en verdad en ellas estaba la mitad de lo que intentaba decirte.
Adoraba esa faceta de él, aunque la gran mayoría de mis compañeros solo ve a Felipe como un perfecto estudiante, para mí es mucho mas que eso. El es mi mejor amigo, el cual de alguna manera siempre logra hacerme sonreír.
Sonreí para mis adentros. El mundo estaba en un orden perfecto del cual jamás pensé que tendría alguna vez en mi vida.
Nunca había sentido este sentimiento de paz, siempre estaba sola… pero ahora nunca lo estaba.
Quizá debería narrarles un poco de mí. Soy una chica con un gusto exagerado por las letras, que no supo ni como y porque llegó a un curso científico, donde todos hablan el lenguaje cifrado de las matemáticas. No tengo tacto y adoro usar el sarcasmo. Tampoco tengo un gran atractivo ni nada por el estilo. Y lo demás… podrán descubrirlo mientras lo leen.
— ¡Angélica! —Alguien se arrojó sobre mí sin ningún tipo de tacto— ¡Tengo algo que contarte!
—Katte… me asfixias—gruñí liberándome de la presa de su abrazo.
— ¡Gracias a Dios te encontré! Tengo tantas cosas que contarte.
—Esta bien— reprimí mis ganas de mandarla al carajo— cuéntamelo todo.
Katte, mi mejor amiga de toda la vida. Es alegre, un poco paranoica, con claros signos de dependencia hacia mí. Es un verdadero misterio de cómo una chica tan “rosa” se convirtió en amiga de su servidora, la encarnación de la palabra arisca.
Tal vez sea por esa misma característica. Porque ella es adorable, amable y tierna. Todo lo contrario a mí.
— ¿Y que opinas? —terminó su relato con gesto de intenso nerviosismo.
—Pues, para mí que debes darle un agarrón— Felipe haciendo uno de sus grandes aportes— aparte es demasiado obvio que no quiere nada contigo.
Le dirigí una de mis famosas miradas asesinas. Él se quedó de una pieza, a sabiendas que después me las pagaría con creces. Mi amiga en cambio estaba al borde de las lágrimas.
—Katte calma— empiezo al ver su llanto a punto de desbordarse por sus mejillas rosas.
Debo reconocerlo, si hay algo que me rompe todos mis esquemas es ver a mis amigos llorando. Es cuando sale mi parte fuertemente maternal. Según Felipe el cambio es francamente aterrador… para mí es tan natural como respirar
—Lo vez— hipeo mas— siempre es lo mismo.
Le sequé las lágrimas con un pañuelo. Si eres la mejor amiga de Katte, tienes que tener pañuelos en cualquier momento.
—Mira si quieres decirle lo que sientes por él, solo hazlo— deslicé mis dedos por su cabello rizado, de color caramelo— y si te dice algo muy feo, dime y yo lo golpeo. — termine dándole una manotada al aire, sonriendo altaneramente.
Al ver este gesto, una sonrisa discreta se formó en el rostro de Katte y recobrando el sentido de responsabilidad característico de ella miró el reloj.
— ¡Mi clase esta por empezar! — chillando se largó de nuestra sala.
Al verla con su acostumbrada alegría y ánimo, de nuevo me sentí mas calmada. Esta bien lo reconozco… odio verla llorar.
—Eres demasiado buena con ella— replicó Felipe, a pesar de todo su semblante parecía preocupado
—Y tú demasiado cruel— lo fulmine con la mirada.
—Solo fui sincero— contesta tomando asiento a mí lado.
Pegué un amplio suspiro. Era verdad, mi amiga se caracterizaba por exagerar un poco la realidad… bueno quizá exagera mucho, pero a pesar de eso la quiero.
Pegué un bostezo, mi típica respuesta a todo. Soy un ser que siempre vive con sueño. La profesora de química no tardaría en llegar, y yo intentaba hacerme el ánimo de entender su clase.
Al ver mi gesto de cansancio Felipe se apoyo en mí. Sentí su agradable compañía en silencio. También me acomodé en su espalda, entrecerrando los ojos y él paso su brazo por mí cintura, este gesto era tan familiar. Él es unas de las pocas personas de las cuales soporto el contacto.
—Que conmovedor, detesto no traer la cámara cuando están así de juntos— una fastidiosa voz me sacó de mi estado de tranquilidad.
Fruncí el seño, al abrir los ojos y encontrarlo a él, instalado en el puesto del profesor con ganas de fastidiarme como siempre.
—Esfúmate Antonio… ¿o prefieres que te acuse con Alejandra?
Él no se dio por aludido. Ignoro mi comentario y respondió.
— ¿Y para cuando es el casamiento? —siguió
—De seguro que después que tuyo— repliqué ácidamente.
Él se rió, de esa manera que a mí me crispaba los nervios.
—Eres tan idiota cuando te lo propones.
—No me lo propongo...
—Exacto, te nace que es peor— irrumpí riendo ahora— a y la profesora y tu novia llegaron— las señalé sin disimulo.
El rostro de Alejandra no era nada conciliador. Por un momento pude sentir el aura maligna de ella. Sonreí abiertamente aunque la cara de la profesora no vaticinaba nada bueno
Antonio tan solo atinó a sentarse en su puesto con rapidez.
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Luego de una aburridísima y lenta clase de química el timbre sonó. Empecé a arreglar mis cosas de manera apresurada.
— ¿Tienes que ver a alguien que estas tan agitada? — nuevamente Antonio intentaba fastidiarme, ignorando la cara de pocos amigos de su novia.
—Preocúpate de tus propios asuntos— seguí guardando mis cuadernos, sin prestarle atención.
Él se acercó de nuevo a mí puesto, mirándome insistentemente.
—Estas roja— tarareó en modo de burla.
— ¡Demonios! — Estallé— ¡Vete a joder a otro lado!
Antonio seguía riéndose. Esa risa tan detestable que se forma en su rostro. Sino fuera porque Alejandra es amiga mía, hace tiempo le hubiese roto la cara de un puñetazo.
— ¡Alejandra dile que se largue o no respondo! —señale pasando mis dedos por las sienes de mi rostro.
—Antonio déjala tranquila— dice ella en tono conciliador— tenemos cosas que hacer.
Solo cuando ella le habla de esa manera él se decide a largarse.
Miro la hora… ¡qué tarde es!
Mis ojos caen en la ventana, casi como por casualidad. Armando ya ha salido de clases y no he podido ni siquiera verlo de cerca en todo el día. Lo sigo observando sin disimulo, pasar por debajo de nuestra sala, con su guitarra a cuestas, sus ojos verdes y su andar de hombre de mundo. Casi sin controlarlo un enorme suspiro sale por mis labios.
Soy una cobarde. Y es que él me exaspera en demasía. Las reacciones que mi cuerpo realiza con solo mirarlo me tienen tan enfada como intrigada. Pero me es imposible sostener conversación con él. Tan solo al mirar sus ojos verdes siento que caeré victima de un colapso nervioso.
— ¿Es ese de la guitarra?— Felipe se asoma por la ventana curioso.
Estoy tan distraída mirándolo como una boba, que ni siquiera atino a contestar.
— ¡Angélica!— Felipe chasquea los dedos delante de mi rostro, logrando que despierte.
Volví al mundo gracias a este gesto. Despegué la mirada del vidrio y pude observar su cara de fastidio.
—No eras necesario que hicieras eso— volvía a ser yo misma.
— ¿Cuándo serás capaz de hablarle? Estoy aburrido de verte siguiéndolo como una psicópata.
Casi pego un salto, mi cara adquiere el color vivo de un tomate. De inmediato el nerviosismo se apodera de mí.
— ¡Quien… es que…!— balbuceo como una idiota — ¡eso no es verdad!
—Como digas — suspira sin ponerme mucha atención — ¿vamos a almorzar?— toma su mochila y encamina sus pasos a la cafetería.
A pesar de mi evidente enfado, pesco mis cosas con rabia, siguiéndole los pasos.
Pero allí de pie, en el marco de la puerta, está Antonio con una amplia sonrisa de satisfacción. Un terrible pensamiento cruza por mi cabeza… tal vez escuchó mi conversación con Felipe.
Intento intimidarlo dándole una mirada escalofriante, mas él no retrocede.
— ¿Qué demonios haces aquí?— exclamo enfadada.
—Se me quedó la chaqueta— señala despreocupado.
—Eso es mentira… no hay nada en tu asiento.
—O es verdad— el sarcasmo brota en cada una de sus palabras
—Entonces puedes marcharte… quiero ir a comer, y me estorbas aunque eso no es nada nuevo.
Antonio haciendo una reverencia absurda, me deja el espacio suficiente para pasar.
En mi mente sentí un enorme alivio, al parecer él no escuchó nada… estaba siendo demasiado paranoica.
—Así que toca guitarra— susurra en mi oído mientras paso.
Me quedé congelada de la sorpresa. Nuevamente lo miro y un recuerdo asalta mi mente. La ira me invade por completo, mas no puedo reaccionar, al igual que aquella vez
Él con un gesto de suficiencia se retira sonriendo abiertamente.
—Eres un completo… ¡Idiota! —grité mientras se marchaba.
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En la cafetería el mal humor dominaba cada uno de mis poros. El aura maligna se podía oler a kilómetros de distancia.
—Angélica… comienzas a asustarme— Victoria dijo estas palabras, intentando calmarme en vano.
Apreté la caja de mi jugo con todas mis fuerzas. El solo hecho de acordarme de la cara del pelmazo ese, hacia que mis ansias asesinas crecieran de manera incontrolable.
— ¡Idiota, lo mataré, lo haré pedacitos! ¡Luego clonaré los pedacitos para seguir matándolo por el fin de los tiempos!— mis manos se movían incontrolables, haciendo picadillo a la pobre caja de jugo.
—Hola a todos— la voz calmada de Katte hizo su aparición sentándose a mi lado.
Luego se percató de mi cara de fastidio.
— ¿Qué le pasó?
Todos se mantienen en silencio. Yo seguí con la caja de jugo entre mis dedos, ignorando la pregunta. Entonces Katte señala a Felipe quien responde:
—Antonio— contestó él con toda la tranquilidad del mundo.
Rechino los dientes con todas mis fuerzas, el solo escuchar ese nombre hace que se me crispen los nervios. Estúpido, idiota, mal nacido. Toda la rabia nace no por lo ocurrido, sino por el recuerdo… eso era lo que me tenía en este desagradable estado.
—Vamos Ange— me calmó mi amiga— ¿Por qué no cuentas que pasó?
—Realmente no es importante— decidí calmarme, restarle atención a tan desagradable sujeto… pero por sobre todo a ese espantoso recuerdo— ¿y a ti como te fue?
—Hablemos después… ¿vale? — sonrío dulcemente.
La conversación del almuerzo después varío. Felipe nos mantuvo a las tres totalmente muertas de la risa, contando una de sus tantas travesías. Sonreí de nuevo, mis amigos me brindaban apoyo de la única manera en que era capaz de recibirlo… y yo se los agradecía en el alma.
Esa era mi armonía. Ese era mi grupo de amigos. El lazo mas extraño, las personas menos imposibles de imaginar eran amigas. Rompíamos todos los cánones, habidos y por haber, pero nos importaba muy poco.
Siempre recordaré esa época como una de las mejores de mi vida.
Y sin previo aviso, las cosas comenzaron de a poco a cambiar.