sábado, 5 de junio de 2010

Capitulo Dos

¿Te acuerdas?
Ciertos recuerdos son como amigos comunes, saben hacer reconciliaciones.
El verano se colaba por las ventanas de mi colegio. Llegué mas temprano que de costumbre y descorrí las cortinas de todos los ventanales de mi salón.
Mis dedos distraídos se enredaron en las cortinas naranjas. Mis pensamientos volaron lejos, al único nombre que no deseaba pensar.
Las vacaciones se acercaban a pasos agigantados. Diciembre ya estaba frente a mí, y para mas remate este era el último día de clases.
Me levanté temprano esperando encontrarlo… fue inútil lo mas seguro era que él faltaría
Pegue un amplio suspiro. Hoy era el día, y eso significaba que no vería a Armando durante algún tiempo… vale quizá por mucho tiempo.
—Tal vez— dije apretando mis puños— eso sea lo mejor.
— ¿Sucede algo?
Esa voz me pillo de sorpresa. Pegué un salto y casi me caigo, pero unos brazos me cogieron de la cintura, agarrándome al vuelo.
— ¿Qué haces? —Balbucee nerviosa— ¡Suéltame ahora!
—Si te suelto te vas a caer— Antonio parecía disfrutar de la situación.
—No me interesa— intenté liberarme pero mis intentos fueron en vano— ¡Vamos déjame tranquila!
Sin ninguna clase de apuro, Antonio me soltó con delicadeza dejándome en el piso. Estábamos muy cerca y yo no hacia otra cosa más que a mirarlo fijamente a sus ojos azules. No pude sostenerle la mirada por mucho tiempo.
—Lárgate— susurré con mis ojos clavados en mis zapatos.
—Aún te pongo nerviosa— exclamó orgulloso.
—Piensa lo que te de la gana— hice el ademán de darle un empellón, mas él con reflejos rápidos, tomo mis muñecas con sus manos.
—Lo siento vale— escupió de la nada— no sabía que eso era tan importante.
De nuevo me ruboricé por completo. Ese recuerdo surgió de la nada, a la velocidad de un relámpago. Mi inconsciente había querido dejarlo bajo murallas de concreto… pero en cuanto Antonio hizo una mera insinuación, este volvió a cruzar por mis pupilas.
—Fue solo una broma— continuó musitando por lo bajo.
Aunque él se disculpara yo no podía perdonarlo. Y no tenía nada que ver con mi propio orgullo herido, era algo mucho más delicado que eso. Así que le respondí:
—Di lo que se te de la gana—afirmé con seguridad— tan solo mantente lejos de mi metro cuadrado.
El incidente… ese momento en el cual nuestra corta amistad se fue al demonio. Un día solo por un sencillo juego lo retaron a intentar darme un beso. El juego no pasó a mayores, pero aun así me dejó con las manos temblando. Algo en la mirada de él me había cohibido hasta lo impensado.
Después cuando asimile lo ocurrido… no me enojé. Tan una profunda pena me embargó. Mi primer beso, si es que se hubiese concretado, sería solo por una apuesta… que “hermoso” recuerdo.
En fin cuando Alejandra se enteró… bueno comprenderán como reacciono. Y para calmar las aguas, le prometí que me alejaría de su novio. Ella parecía amarlo tanto a pesar de sus defectos, a pesar de todo. Me vi en una difícil situación, pero no quería ver a Alejandra sufrir más. Por eso siempre me mantenía lo más lejos de él.
Suspiré y tan solo volví a repetir mis palabras.
— Aléjate… ¿quieres?— di por finalizada la discusión, y me di la vuelta.
— ¿Qué es lo que quieres? — Antonio siguió preguntando.
— ¡Ya te dije que era lo que quería!— respondí sin mirarlo
—Mientes— continúo él— ¡mentirosa! Tú no me detestas tanto como se lo demuestras a todo el mundo.
— ¡Yo fastidio a quien se me da la gana! — el enfado volvía a crecer en mí. — ¡No creas que con un lo siento arreglaras todo!... — de repente unas lagrimas empezaron a caer de mi rostro.
Me sorprendía a mí misma. Ignoraba cuanto me había dolido su intento por besarme. Me mordí los labios e intenté alejarme.
Antonio me tomo por unas de mis muñecas y me obligó a darme vuelta.
—Yo… sé que un lo siento no arreglara las cosas del todo —susurro en mi oído.
—Entonces vete y no regreses mas— sollocé.
—Vamos, no es para que te pongas así, era solo un…
Más no lo dejé terminar. Le espante en el rostro una cachetada que incluso me dolió a mí.
— ¡No vuelvas a decir esa brutalidad! ¡Acaso crees que me entiendes! ¡Tú ni siquiera me conoces!
Antonio me soltó y se sobo el rostro sin hablar más. Entonces yo salí de la sala sin poder dejar de llorar
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Y bueno allí estaba. Instalada en la escalera de caracol por detrás del colegio. Era un excelente refugio cuando tenía ganas de escribir, odiar y chillar sin interrupciones y caras de preocupación.
Detesto que se preocupen por mí, detesto mis propias debilidades, odio ser así de humana pero es la verdad. Odio que me vean débil.
Y ahora estaba en aquel lugar por el recuerdo. Tantas veces me había asaltado en el pasado, pero ahora volvía con una fuerza incontenible.
Mientras me mordía los labios, detestándome por ser tan infantil. ¿Qué importaba si mi primer beso no era con alguien especial? ¿Acaso era algo que debería importarme de esa manera?
—Un beso es solo un beso— repetí esas palabras casi como una letanía. Pero si es así ¿Por qué demonios me duele tanto?
— ¿Por qué demonios tenías que mencionármelo de nuevo? —gruñí por lo bajo — ¡Idiota! ¡Eres un idiota de primera!
— Ya lo sé.
Subí mi mirada, estaba sentada sobre la escalera con mi cara en mis rodillas. Me sequé las lágrimas como pude.
— ¡Se puede saber que diantre haces aquí!
Él ignoró mi grito, sentándose a mi lado con calma.
—Detesto verte llorando— exclamo con sencillez.
Esa expresión me descoloco un poco. Pero luego recordé mi enfado y escupí con rabia las siguientes palabras.
—Entonces la solución es muy simple— hice un ademán con mi mano señalando el camino de vuelta a nuestra sala— lárgate de mi vista.
—No me iré… hasta que me respondas una pregunta.
— ¿Y con que…?
—Sé que no tengo derecho— me irrumpió con un gesto de su mano, mirándome a los ojos— pero quiero saber porque te alejaste.
—No te pareció suficiente con lo que pasó.
—Claro que sería suficiente para cualquiera.
— ¿Entonces?
—Tú no eres cualquiera.
Pasé los dedos por mis sienes. Ignoro el porque pero este sujeto siempre logra sacar mi sinceridad a flote.
—Alejandra— respondí de golpe— ella es mi única razón para alejarme de ti.
—Lo suponía.
Ambos nos quedamos en silencio.
—De veras que lo siento. En ese momento…
—Solo fue una broma… ¿Por qué no lo dejamos en eso?— suspiré pero no valía la pena llorar sobre la leche derramada.
—Una broma… si te es más fácil así, dejémoslo en eso.
Quise preguntar que significaban esas palabras, mas me contuve. Ya era suficiente con todo el lió que se había formado a raíz del incidente.
—Ahora es mi turno… ¿Por qué nunca te alejaste de mí?
—Eso es cosa mía.
Fruncí el seño con disgusto.
—Ves que enfada esa respuesta— se mofó.
—Todo lo que proviene de ti me molesta— le devolví.
— ¿No te cansas de estar siempre a la defensiva?— exclamo mirándome de nuevo a la cara— Es como…— calló de improviso, mordiendo su boca.
— ¿Cómo que?
—Como si hubieses olvidado de cuando éramos amigos.
Miles de recuerdos volvieron a volar por mi mente… como olvidarlo. Antonio miraba a mis pupilas chocolate y sabía exactamente que me pasaba. Nuestras interminables charlas sobre cosas banales sin sentido. Y su capacidad innata para hacerme reír.
—Claro… fueron buenos tiempos— una débil sonrisa se formó en el rostro de él.
— ¿Fueron?
—Es que…
— ¿Qué prefieres? Si no me dejas ser tu amigo, viviré fastidiándote.
— ¿Me estas amenazando? ¿A mí? —Exclame divertida— hace años que nadie se atreve a desafiarme.
—No es una amenaza.
Sin saber como, ambos nos terminamos riéndonos de nosotros mismos. Acepte resignada la realidad. A pesar de las peleas, a pesar de cualquier cosa… extrañaba esta extraña amistad.
—De Alejandra me encargo yo— exclamó él.
— ¿Quién te ha dicho que somos amigos de nuevo?
—Te leo la mente— dijo serio, luego al ver mi cara de asustada rió más fuerte aún.
—Mocosa— pasó sus dedos por mi pelo enredándolo— aun eres una mocosa.
— ¡Qué no lo soy!
—Si claro como digas.
Ambos volvimos a reírnos.
—Ya vamos a la sala— sin previo aviso me tomo de las manos y me alzó en vuelo.
— ¡Tonto quieres que me caiga!
—No te dejaré caer boba… nunca lo haré— finalizo por lo bajo y sin mirarme.
Así casi a la rastra, Antonio me llevó a la sala.
______________________________________________________________________Antonio y yo llegamos unos pocos segundos antes que la profesora llegara a dar su clase. Ella nos miró con cara de reproche, aún así nos dejo pasar.
Ahora estábamos en recreo. Para evitar preguntas de todos hice lo de siempre, puse el mp3 a todo volumen y me dispuse a escribir. Felipe entendió la indirecta y me dejó en paz en la sala.
La música de Queen llenó mi alma y me calmó. El lápiz volaba sobre la hoja en blanco, y yo tarareaba feliz, a sabiendas que no había gente en la sala.
— “My make-up may be flaking but my smile still stays on”.
Cuanta razón tienen esas palabras… a pesar de todo mi sonrisa siempre se mantendrá en mi rostro.
—Bueno— con destreza una mano me saco el audífono— ya que somos amigos de nuevo ¿me dirás que ocurre?
Fruncí el seño con disgusto. No tenía ganas de hablar del tema, así que me desvié por la tangente.
— ¡Idiota! ¡Ahora la idea que tenía se fue y todo es gracias a ti!— le mostré la lengua y volví a escribir.
— ¿Cómo se llama el cuento?
—Pues… se llama…
Un nombre voló por mi cabeza, las emociones se estremecieron en mi cuerpo… y la palabra para justa para decirlo nació de la nada.
—Inevitable— escribí despacio sobre el pequeño cuento.
—No sabía que te gustara tanto…
Volví a enrojecer. Luego suspiré y exclamé.
— ¿Soy tan obvia?— exclamé con tristeza. Todo el mundo parece percatarse de mi sentimiento… menos Armando. Suspiré y me tiré sobre el banco, con gesto de pena en el rostro.
Antonio solo calló, su mano se encontró con mi frente y comenzó a darme cariño. El nerviosismo volvió a inundarme, entonces con un gesto de la mano intenté sacar la suya.
—Basta me dará sueño— justifiqué.
Eso no lo detuvo. No salió palabra de sus labios. Entonces me relajé ante esa caricia clandestina, en la sala vacía, disfrutándola lentamente como quien devora un caramelo sin prisa.
Luego sin emitir ni un ruido, Antonio se levantó del puesto de Felipe y se quedó en el suyo en silencio
—Sino quieres hablar es cosa tuya— no existía reproche en sus palabras.
—Gracias.
—Eres agradable cuando bajas la guardia, cuando solo eres tú.
Esa frase quedo flotando en el aire de la mañana. Estuve a punto de responder cuando Felipe apareció de la nada, con cara de querer explicaciones.
—Después te explico— seguí escribiendo.
Él se instaló a mí lado. Tomo mi escrito sacándole las faltas de ortografía. En eso llego Alejandra, quien con Antonio se pusieron a conversar.
Y así otro día transcurría con normalidad.

domingo, 18 de abril de 2010

Capitulo Uno

Formas idiotas para amar:
“La gran verdad es que no eliges ni la persona, ni el lugar, ni el momento para enamorarte”
Armonía
El amor es un misterio. Todo en él son fenómenos a cual más inexplicable; todo en él es ilógico, todo en él es vaguedad y absurdo
¿Vale la pena contar esta historia? Pocas veces me he sentido mas derrumbada. Pero he vivido demasiado tiempo ocultándome bajo un velo de indiferencia como para seguir callada.
Quizá nadie lea estas palabras, quizá jamás te enteres de todo mi sentir hacia ti. A pesar de todo escribiré esta historia.
Tal vez no sea la mejor de todas… pero es nuestra y nunca la olvidaré.
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Encendí mi mp3 intentado buscar alguna buena canción.
Era la mitad de año, para ser exacta de nuestro tercer año, la primavera avanzaba a pasos agigantados. El aire tibio me daba directo en la cara, regalándome esa sensación de paz infinita.
Felipe llegó a mi lado con amplios gestos.
— ¡Angélica! —Chilló en mi oído sin respeto alguno— ¡Despierta!
Enojadísima, tomé el audífono encajándolo más en mi oído con gesto de fastidio. Él me lo quitó de las manos. Seguimos en este juego absurdo como dos niños pequeños que se pelean por un dulce. De un fuerte empellón, lo dejé sentado sobre la silla.
— ¡Bruta!
—Eso le pasa a todos los que me fastidian— le devolví
Él se hundió más en su silla. Yo me senté a su lado donde siempre. Nos desafiamos mutuamente con la mirada.
No duró lo suficiente. A los pocos segundos ambos nos empezamos a reír. Por lo general solo con unos pocos gestos nos perdonábamos todo.
—Vale conseguiste despertarme… ¿Qué sucede?
Con algo de dramatismo, mi mejor amigo comenzó su rutina diaria.
Contarme de sus problemas, de los chismes que se había enterado amplio etcétera.
Ponía especial énfasis en los gestos con sus manos, en verdad en ellas estaba la mitad de lo que intentaba decirte.
Adoraba esa faceta de él, aunque la gran mayoría de mis compañeros solo ve a Felipe como un perfecto estudiante, para mí es mucho mas que eso. El es mi mejor amigo, el cual de alguna manera siempre logra hacerme sonreír.
Sonreí para mis adentros. El mundo estaba en un orden perfecto del cual jamás pensé que tendría alguna vez en mi vida.
Nunca había sentido este sentimiento de paz, siempre estaba sola… pero ahora nunca lo estaba.
Quizá debería narrarles un poco de mí. Soy una chica con un gusto exagerado por las letras, que no supo ni como y porque llegó a un curso científico, donde todos hablan el lenguaje cifrado de las matemáticas. No tengo tacto y adoro usar el sarcasmo. Tampoco tengo un gran atractivo ni nada por el estilo. Y lo demás… podrán descubrirlo mientras lo leen.
— ¡Angélica! —Alguien se arrojó sobre mí sin ningún tipo de tacto— ¡Tengo algo que contarte!
—Katte… me asfixias—gruñí liberándome de la presa de su abrazo.
— ¡Gracias a Dios te encontré! Tengo tantas cosas que contarte.
—Esta bien— reprimí mis ganas de mandarla al carajo— cuéntamelo todo.
Katte, mi mejor amiga de toda la vida. Es alegre, un poco paranoica, con claros signos de dependencia hacia mí. Es un verdadero misterio de cómo una chica tan “rosa” se convirtió en amiga de su servidora, la encarnación de la palabra arisca.
Tal vez sea por esa misma característica. Porque ella es adorable, amable y tierna. Todo lo contrario a mí.
— ¿Y que opinas? —terminó su relato con gesto de intenso nerviosismo.
—Pues, para mí que debes darle un agarrón— Felipe haciendo uno de sus grandes aportes— aparte es demasiado obvio que no quiere nada contigo.
Le dirigí una de mis famosas miradas asesinas. Él se quedó de una pieza, a sabiendas que después me las pagaría con creces. Mi amiga en cambio estaba al borde de las lágrimas.
—Katte calma— empiezo al ver su llanto a punto de desbordarse por sus mejillas rosas.
Debo reconocerlo, si hay algo que me rompe todos mis esquemas es ver a mis amigos llorando. Es cuando sale mi parte fuertemente maternal. Según Felipe el cambio es francamente aterrador… para mí es tan natural como respirar
—Lo vez— hipeo mas— siempre es lo mismo.
Le sequé las lágrimas con un pañuelo. Si eres la mejor amiga de Katte, tienes que tener pañuelos en cualquier momento.
—Mira si quieres decirle lo que sientes por él, solo hazlo— deslicé mis dedos por su cabello rizado, de color caramelo— y si te dice algo muy feo, dime y yo lo golpeo. — termine dándole una manotada al aire, sonriendo altaneramente.
Al ver este gesto, una sonrisa discreta se formó en el rostro de Katte y recobrando el sentido de responsabilidad característico de ella miró el reloj.
— ¡Mi clase esta por empezar! — chillando se largó de nuestra sala.
Al verla con su acostumbrada alegría y ánimo, de nuevo me sentí mas calmada. Esta bien lo reconozco… odio verla llorar.
—Eres demasiado buena con ella— replicó Felipe, a pesar de todo su semblante parecía preocupado
—Y tú demasiado cruel— lo fulmine con la mirada.
—Solo fui sincero— contesta tomando asiento a mí lado.
Pegué un amplio suspiro. Era verdad, mi amiga se caracterizaba por exagerar un poco la realidad… bueno quizá exagera mucho, pero a pesar de eso la quiero.
Pegué un bostezo, mi típica respuesta a todo. Soy un ser que siempre vive con sueño. La profesora de química no tardaría en llegar, y yo intentaba hacerme el ánimo de entender su clase.
Al ver mi gesto de cansancio Felipe se apoyo en mí. Sentí su agradable compañía en silencio. También me acomodé en su espalda, entrecerrando los ojos y él paso su brazo por mí cintura, este gesto era tan familiar. Él es unas de las pocas personas de las cuales soporto el contacto.
—Que conmovedor, detesto no traer la cámara cuando están así de juntos— una fastidiosa voz me sacó de mi estado de tranquilidad.
Fruncí el seño, al abrir los ojos y encontrarlo a él, instalado en el puesto del profesor con ganas de fastidiarme como siempre.
—Esfúmate Antonio… ¿o prefieres que te acuse con Alejandra?
Él no se dio por aludido. Ignoro mi comentario y respondió.
— ¿Y para cuando es el casamiento? —siguió
—De seguro que después que tuyo— repliqué ácidamente.
Él se rió, de esa manera que a mí me crispaba los nervios.
—Eres tan idiota cuando te lo propones.
—No me lo propongo...
—Exacto, te nace que es peor— irrumpí riendo ahora— a y la profesora y tu novia llegaron— las señalé sin disimulo.
El rostro de Alejandra no era nada conciliador. Por un momento pude sentir el aura maligna de ella. Sonreí abiertamente aunque la cara de la profesora no vaticinaba nada bueno
Antonio tan solo atinó a sentarse en su puesto con rapidez.
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Luego de una aburridísima y lenta clase de química el timbre sonó. Empecé a arreglar mis cosas de manera apresurada.
— ¿Tienes que ver a alguien que estas tan agitada? — nuevamente Antonio intentaba fastidiarme, ignorando la cara de pocos amigos de su novia.
—Preocúpate de tus propios asuntos— seguí guardando mis cuadernos, sin prestarle atención.
Él se acercó de nuevo a mí puesto, mirándome insistentemente.
—Estas roja— tarareó en modo de burla.
— ¡Demonios! — Estallé— ¡Vete a joder a otro lado!
Antonio seguía riéndose. Esa risa tan detestable que se forma en su rostro. Sino fuera porque Alejandra es amiga mía, hace tiempo le hubiese roto la cara de un puñetazo.
— ¡Alejandra dile que se largue o no respondo! —señale pasando mis dedos por las sienes de mi rostro.
—Antonio déjala tranquila— dice ella en tono conciliador— tenemos cosas que hacer.
Solo cuando ella le habla de esa manera él se decide a largarse.
Miro la hora… ¡qué tarde es!
Mis ojos caen en la ventana, casi como por casualidad. Armando ya ha salido de clases y no he podido ni siquiera verlo de cerca en todo el día. Lo sigo observando sin disimulo, pasar por debajo de nuestra sala, con su guitarra a cuestas, sus ojos verdes y su andar de hombre de mundo. Casi sin controlarlo un enorme suspiro sale por mis labios.
Soy una cobarde. Y es que él me exaspera en demasía. Las reacciones que mi cuerpo realiza con solo mirarlo me tienen tan enfada como intrigada. Pero me es imposible sostener conversación con él. Tan solo al mirar sus ojos verdes siento que caeré victima de un colapso nervioso.
— ¿Es ese de la guitarra?— Felipe se asoma por la ventana curioso.
Estoy tan distraída mirándolo como una boba, que ni siquiera atino a contestar.
— ¡Angélica!— Felipe chasquea los dedos delante de mi rostro, logrando que despierte.
Volví al mundo gracias a este gesto. Despegué la mirada del vidrio y pude observar su cara de fastidio.
—No eras necesario que hicieras eso— volvía a ser yo misma.
— ¿Cuándo serás capaz de hablarle? Estoy aburrido de verte siguiéndolo como una psicópata.
Casi pego un salto, mi cara adquiere el color vivo de un tomate. De inmediato el nerviosismo se apodera de mí.
— ¡Quien… es que…!— balbuceo como una idiota — ¡eso no es verdad!
—Como digas — suspira sin ponerme mucha atención — ¿vamos a almorzar?— toma su mochila y encamina sus pasos a la cafetería.
A pesar de mi evidente enfado, pesco mis cosas con rabia, siguiéndole los pasos.
Pero allí de pie, en el marco de la puerta, está Antonio con una amplia sonrisa de satisfacción. Un terrible pensamiento cruza por mi cabeza… tal vez escuchó mi conversación con Felipe.
Intento intimidarlo dándole una mirada escalofriante, mas él no retrocede.
— ¿Qué demonios haces aquí?— exclamo enfadada.
—Se me quedó la chaqueta— señala despreocupado.
—Eso es mentira… no hay nada en tu asiento.
—O es verdad— el sarcasmo brota en cada una de sus palabras
—Entonces puedes marcharte… quiero ir a comer, y me estorbas aunque eso no es nada nuevo.
Antonio haciendo una reverencia absurda, me deja el espacio suficiente para pasar.
En mi mente sentí un enorme alivio, al parecer él no escuchó nada… estaba siendo demasiado paranoica.
—Así que toca guitarra— susurra en mi oído mientras paso.
Me quedé congelada de la sorpresa. Nuevamente lo miro y un recuerdo asalta mi mente. La ira me invade por completo, mas no puedo reaccionar, al igual que aquella vez
Él con un gesto de suficiencia se retira sonriendo abiertamente.
—Eres un completo… ¡Idiota! —grité mientras se marchaba.
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En la cafetería el mal humor dominaba cada uno de mis poros. El aura maligna se podía oler a kilómetros de distancia.
—Angélica… comienzas a asustarme— Victoria dijo estas palabras, intentando calmarme en vano.
Apreté la caja de mi jugo con todas mis fuerzas. El solo hecho de acordarme de la cara del pelmazo ese, hacia que mis ansias asesinas crecieran de manera incontrolable.
— ¡Idiota, lo mataré, lo haré pedacitos! ¡Luego clonaré los pedacitos para seguir matándolo por el fin de los tiempos!— mis manos se movían incontrolables, haciendo picadillo a la pobre caja de jugo.
—Hola a todos— la voz calmada de Katte hizo su aparición sentándose a mi lado.
Luego se percató de mi cara de fastidio.
— ¿Qué le pasó?
Todos se mantienen en silencio. Yo seguí con la caja de jugo entre mis dedos, ignorando la pregunta. Entonces Katte señala a Felipe quien responde:
—Antonio— contestó él con toda la tranquilidad del mundo.
Rechino los dientes con todas mis fuerzas, el solo escuchar ese nombre hace que se me crispen los nervios. Estúpido, idiota, mal nacido. Toda la rabia nace no por lo ocurrido, sino por el recuerdo… eso era lo que me tenía en este desagradable estado.
—Vamos Ange— me calmó mi amiga— ¿Por qué no cuentas que pasó?
—Realmente no es importante— decidí calmarme, restarle atención a tan desagradable sujeto… pero por sobre todo a ese espantoso recuerdo— ¿y a ti como te fue?
—Hablemos después… ¿vale? — sonrío dulcemente.
La conversación del almuerzo después varío. Felipe nos mantuvo a las tres totalmente muertas de la risa, contando una de sus tantas travesías. Sonreí de nuevo, mis amigos me brindaban apoyo de la única manera en que era capaz de recibirlo… y yo se los agradecía en el alma.
Esa era mi armonía. Ese era mi grupo de amigos. El lazo mas extraño, las personas menos imposibles de imaginar eran amigas. Rompíamos todos los cánones, habidos y por haber, pero nos importaba muy poco.
Siempre recordaré esa época como una de las mejores de mi vida.
Y sin previo aviso, las cosas comenzaron de a poco a cambiar.