Capitulo uno: Cuidadora.
¿Qué parezco? ¿El mago de oz? ¿Necesitas un cerebro? ¿Necesitas un corazón? Adelante. Toma el mío. Toma todo lo que tengo. Que a mí nada me sirve.
“—Angélica yo… te quiero—exclamó el chico feliz.
Estaban en medio de un hermoso ocaso. Antonio la tenía tomada de la cintura, mientras le acariciaba la frente con los labios. En este lugar era el único que sentía seguridad, totalmente en paz.
—Es una pena… que tenga que dejarte.— con estas palabras la soltó abruptamente, dándose la media vuelta, dispuesto a marcharse. La joven corría detrás de su silueta, mientras la escena se disolvía frente a sus ojos.
El escenario cambiaba rotundamente. Era inútil intentar alcanzarlo, el joven desaparecía dejándola sola en medio de la oscuridad. Angélica se abrazaba a sí misma, intentando retener el calor en su cuerpo. Era inútil, se congelaba a cada instante.”
Y en ese momento desperté de la pesadilla.
—Mierda— dije quitándome las sabanas de la cabeza.
Era el jodido sueño de nuevo. Me atormentaba desde hace tanto tiempo. Miré el calendario. Era mitad de Enero… hoy día hubiésemos cumplido tres meses de relación.
¿Qué hacía yo aún contando los días? Tuve ganas de golpearme con la pared. No tengo idea de que hacer con tanto recuerdo inútil. Me puse la almohada sobre la cabeza, sin ganas de levantarme de la cama.
—¿Hija?— llamaron desde afuera de la puerta— ¿Estás bien?
—¿Hay razones para no estarlo?— devolví con sarcasmo.
—Gritabas dormida…
Mamá se quedó en silencio. Mordí el cojín intentando reprimir mi ira. Eso era, tenía un profundo rencor metido en mitad del pecho. Después me quité la almohada de la cara, para que mis ojos recayeran en mi cómoda donde descansaban los escasos recuerdos, que Antonio había dejado en mi vida. Volví a apretar los puños, decidida a levantarme de la cama. Ya sabía que hacer con todos esos cachivaches.
Tomé desayuno ante la mirada atenta de mis padres. Mamá me observaba por el rabillo del ojo, sin saber que decir. Decidí ignorar esos ojos repletos de preocupación, comí rápidamente. Después fui directo a la gaveta del baño, saqué una nueva bolsa de basura.
Fui directamente al escritorio, arrojé unos pocos peluches, un llavero de su serie favorita. Seguí revisando, rompiendo las pocas fotos, llenándome de un extraño placer de al menos, romperle la cara aunque fuese de esa manera.
Revisé como nunca, por todos los rincones, dispuesta a borrar, al menos de mi pieza todo lo que pudiese recordarme a Antonio. Y hojeando entre viejos cuadernos encontré un dibujo.
Me quedé de una pieza, mirándolo con detenimiento. Era un dibujo de mí, distraída como siempre, con los audífonos y un lápiz en mano. Tenía un semblante de felicidad y sosiego. Recordé tambien las palabras de Antonio al regalármelo:
"Es lo más cercano a ti. Realmente aunque lo intente con ganas, no hay nada que le haga justicia a tu rostro."
—Mentiroso.
¿Por qué tenías que ser tan dulce en mis recuerdos? ¿Acaso no me bastaba con no olvidar su rostro? Claro que no, tenía que recordar los momentos con él con monstruoso detalle. Para que olvidarle fuera algo más difícil de lo que ya era. Para que fuese una empresa de Titanes.
—Debería botar también esto— dije sosteniendo el papel en mis manos.
Mas no pude. Suspiré y lo guardé en el cajón, al menos lejos de mi vista.
Antonio... ¿porque no puedo hacer lo mismo con tu nombre?. Sencillamente dejarlo a un lado, encerrado en un cajón. En un lugar donde no me estorbes, para poder sonreírme otra vez, y que mi reflejo me devuelva mi gesto con sinceridad.
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Era hora de entrar en escena. Mis parientes del extranjero habían llegado, y tenía que mostrar buena cara... al menos en este almuerzo. En eso mi tía, Francisca Loo comentaba algo mientras gesticulaba con gracia.
En realidad no sé porque le digo "Tía". Se supone que es la hermana de mi abuela... entonces por consiguiente ¿Qué era ella mío? ¿Tía Abuela? ¿Se pueden ser ambas a la vez? ¿Qué hago pensando en estas tonterías?.
En eso estaba pensando, mientras comía sin ganas. Cuando mi tía irrumpió mis pensamientos con esta frase.
—¿Y bien Ange?— Ella me miró con devoción— Serías tan amable de vigilar a mi retoño por mí.
—¿Ah?... ¿de que están hablando?— comenté bastante perdida.
Mi madre fue quien finalmente respondió por mí.
—Por supuesto— sonrió— le hará bien un poco de aire marino. Será estupendo— finalizó.
No quise arruinar la sonrisa perfecta de mi mamá. Decidí tener paciencia e interrogarla cuando acabara el almuerzo. Apenas pusimos un pie en casa le pregunté:
—¿Y a que te refieres con ir “a tomar aire marino”?— Marcando con mis dedos la ultima frase.
—¡Irás por unas semanas al departamento de tu tía, para vigilar a Max! ¿No te parece estupendo?
Tuve la horrible sensación de que se rompía el suelo debajo de mis pies. Para quienes no lo sepan, ese sujeto es el hijo de mi tía. Y cuando alguien dice su nombre, de mi mente solo nacen horribles imágenes de la infancia. Por su culpa mamá no me compró la pista de autos que quería. Por su culpa desaparecían todos mis soldados, rompía mis pelotas. Claro yo también le rompí la cara millones de veces... pero supongo que ya entienden mi punto ¿verdad?
—¡Ni muerta! ¿Cómo se te ocurre? Ese idiota quemará ese departamento en menos de una hora. ¿Y tú quieres que tu hija esté en medio del desastre? Lo siento pero la respuesta es no.
—No seas tan melodramática— mamá le quitó el peso al asunto— ya están bastante grandes como para pelearse como críos.
—Si es tan grande ¡porque demonios no se cuida solo!— grité totalmente enojada.
—Vamos, tómalo como tu buena acción del año. Considérate ganadora del cielo por este favor.
—Antes de hacer eso, prefiero pudrirme en el infierno más próximo.
Pero ella se mantuvo firme. Soportó heroicamente todas mis amenazas. Grité, pataleé, vociferé terribles maldiciones en contra de la familia. Dije que aprendería budú y le pondría miles de alfileres sobre los ojos. He incluso que se olvidara de ser abuela, porque yo vendería mis óvulos por Internet si ella me obligaba a ir.
Por supuesto que nada funcionó
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A la mañana siguiente tenía que partir donde mi tía. Con unas enormes ojeras, intentaba poner atención las instrucciones de mi tía.
Ella me dijo que solo esperaba que vigilara a su hijo. Que comiera a sus horas, sin mujeres en casa, y que me dejaría las llaves donde guardaba toda clase de licor. Mencionó los horarios de una chica que iría a ordenar y a limpiar.
La más impresionante para mí, fue que dejó en mis inexpertas manos una tarjeta de crédito. Con expresas ordenes de usarla solo para la comida y cosas así. Dijo que se sentía aliviada de poder contar con alguien tan responsable como yo.
“También la más barata y a la mano que encontró” pensé totalmente aturdida por el sentimiento de libertad... pero claro, si pasaba algo toda la responsabilidad recaería en mí. Suspiré deseando con toda el alma que nada malo nos pasara en esas dos semanas.
Llegamos aproximadamente a las diez de la mañana. Era un condominio cerrado, con bastante seguridad. Tenía una piscina enorme, un gasto inútil porque estaban a segundos de la playa. Francamente detesto la playa, el calor y el verano. Así que pueden imaginar mi cara de felicidad al llegar a este lugar.
Subimos al piso quinto. Ella abrió la puerta y me encontré con un departamento con vista al mar, amueblado y hasta con cocina americana, completamente alfombrado. Consistía de tres habitaciones, cocina, living y baño. Más dos dormitorios. El mas pequeño sería para mí, señaló mi tía con una sonrisa. Yo no sé en cual idioma esta habitación se puede calificar como algo pequeño. Es prácticamente el doble de mi habitación.
—Te dejo para que te instales— ella se alejó y yo me quedé sola en el lugar.
No demoré mucho. Mas mi vista se perdió en el ventanal, por donde se podía observar un enorme océano.
—¿Estás bien?— mi tía me estaba observando desde el dintel— ¿Te hace falta algo?
Negué con la cabeza. La seguí hasta el living, donde el idiota me esperaba. Era un muchacho alto, de cabellos negros llenos de rizos, bastante parecidos a los míos. Con cara de tener aún la almohada pegada a la cara negó con la cabeza.
Finalmente mi tía se despidió de su hijo. Volvió a repetir las instrucciones y se marchó tranquilamente.
—Me voy a la cama— soltó Max con desgana.
—Está bien.— respondí sin interés.
—¿Qué te pasó a ti?— él me observó de pies a cabeza, como si no pudiese creer lo que sucedía.
—Nada— puse los brazos en jarra— ¿Por qué? ¿Acaso te importa?
—Es verdad— soltó ácidamente— supongo que vienes a hacer el almuerzo, ordenar y limpiar… ¿o no?
Me estaba provocando descaradamente. Seguramente esperaba que me diese un seudo ataque de rabia o algo así. Mas las cosas habían cambiado, yo no era una niñata indefensa ni mucho menos. Así que solo le mostré la tarjeta platino con superioridad.
—Creo que aquí está todo tu dinero. ¿Verdad?— él me la quitó de las manos, pero eso no me inmutó— ¿No creerás que te diré la clave verdad?— dije con tono triunfal.
Estaba mintiendo eso era claro. No había tenido tiempo como para hacer el cambio de claves. Pero Max cuando pequeño era sumamente crédulo. Recordé que cuando pequeños, en venganza por mis autos rotos, lo convencí de que Papa Noel no vendría a dejar sus regalos, por lo que tuvo un ataque de llanto que duró semanas.
—Eso… es mentira— el intentó poner cara de póker, pero no le resultó en lo mas mínimo. — mamá me hubiese dicho si…
Y yo rompí a reír cruelmente.
—No seas idiota. Ella me dejó a ti a tu cuidado ¿no lo recuerdas? Ahora se buen niño, y entrégame la tarjeta ahora.
Casi pude ver en su cara la rabia destilando por sus poros. Pero me la devolvió a regañadientes. Siempre nuestra relación fue así, era él quien se llevaba la culpa y yo salia triunfal de todas mis travesuras.
—No has cambiado en nada.— refunfuño molesto— ¿Quieres desayunar?
Me sobresalté.
—Era mentira que venías a limpiar. Es una manera de disculparme… además— dijo con tono nostálgico— mamá me dijo que te tratara como a una visita.
—Vaya… pues gracias. Tengo mucha hambre.
Así se iniciaron las vacaciones más extrañas de mi vida.